6/01/2010

EL PARADIGMA DE LA COMPLEJIDAD EN LA PEDAGOGÍA

Es necesario señalar y detenernos sobre los cambios de "paradigma" que están atravesando a nuestra sociedad en la manera de concebir el mundo (en el sentido de espacio de interacción de la vida en un plano natural, como así también en un sentido de cosmovisión, del hombre en relación a lo trascendente, y teleológico) y que se han dado a lo largo del el siglo XX, manifestándose concluyentemente hacia el comienzo del siglo XXI. El sentido que le damos al término paradigma, es el de consenso social y científico de los conceptos del mundo y de las prácticas sociales; esto involucra al modo de hacer ciencia, al modo de enseñar y de aprender para el desempeño social, para vivir (adaptadamente) en un contexto determinado.
Al paradigma de la simplicidad lo ubico históricamente en la modernidad. Surge como respuesta a cambios que los hombres de occidente producen en diversos órdenes, tanto en sus relaciones de producción, como en relación a la posesión de los bienes y su relación con el poder; es decir, su organización social, política, y económica. A estos elementos los integró un sistema de ideas de orden filosófico, redefiniendo también el sentido científico.
Comienza de esta manera la ciencia positiva experimental, cuyo método será el de la física, y el del análisis matemático. Las ideas claras y distintas, presentadas por Descartes, encarnan el paradigma de la simplicidad, son los objetos a lograr en la construcción de la nueva ciencia. Desde el punto de vista del conocimiento se deja de lado la concepción realista aristotélica, dando paso al Idealismo que se desarrolla en Alemania y al Empirismo que se desarrolla en Inglaterra.

Al paradigma de la simplicidad se lo puede caracterizar como racionalista (la razón es omnipotente y nada existe fuera de ella), universalista, (aplicable en todas las ciencias y en todos los casos), objetivista (se deja del lado el subjetivismo), puede ser aplicado en todos los casos del mismo modo, manteniendo su objetividad independientemente de quien investigue, puesto que no se considera posible la posición subjetiva (no científica) del investigador. Es cuantitativo y disociativo (tiende a separar las cosas para analizarlas).

A principios del siglo XX, se produce una ruptura en la concepción monolítica del paradigma positivista. La física, entendida como el modelo a seguir para la construcción de las ciencias dado su orden cósmico representado por sus respuestas a leyes universales, comienza a detectar que ni la microfísica ni la microfísica se encuadran en estos comportamientos. Entran en crisis los sustentos que dieron pie a la ciencia positiva, y a su concepción de la realidad mecanicista y monosémica (entendida de un solo sentido).
La nueva ciencia concibe al universo como complejo y caótico.
El paradigma de la complejidad es en gran medida diferente sin ser lo contrario. Siguiendo a Morin:
El mérito de la complejidad es el de denunciar la metafísica del orden. Como lo dijera muy bien Waitehead, detrás de la idea de orden hay dos cosas: la idea mágica de Pitágoras de que los números son la realidad última, y la idea religiosa todavía presente, tanto en Descartes como en Newton, de que el entendimiento divino es el fundamento del orden del mundo. Ahora bien, cuando uno ha retirado el entendimiento divino y la magia de los números, ¿qué queda?, ¿las leyes? ¿una mecánica cósmica autosuficiente? ¿Es la realidad verdadera? ¿Es la naturaleza verdadera? A esa visión débil, yo opongo la idea de la complejidad.
Dentro de este marco, yo diría que acepto plenamente relativizar la complejidad. Por una parte, ella integra a la simplicidad y por otra parte se abre sobre lo inconcebible. Estoy totalmente de acuerdo con esas condiciones para aceptar la complejidad como principio de pensamiento que considera al mundo, y no como principio revelador de la esencia del mundo. (Morir 1994, 2000: 146)
Podemos decir que el paradigma de la complejidad es inclusivo (asume la incertidumbre de no poder conocerlo todo), es incompleto (nunca se acaba), articulatorio (integra diferentes campos de conocimiento), integra al sujeto y al objeto, es interdisciplinario, utiliza la totalidad de las potencias humanas, y es dialógico (relaciona términos contrarios).
Pero la diferencia más importante es que el paradigma de la complejidad incluye al hombre y su punto de vista en el estudio de la realidad en forma autocrítica, lo que no hacía el paradigma de la simplicidad, que confiaba ciegamente en el poder de la razón.
Este paradigma de la complejidad tiene muchos puntos de contacto con el pensamiento posmoderno, que postula la crisis de los grandes relatos, entendidos como los ideales o principios generales sobre los que se construyó la modernidad. El pensamiento posmoderno niega el poder omnisciente de la razón y lo descompone en diversidad de puntos de vista, no cree en modelos imitables ni en discursos hegemónicos, y en los casos más extremos, llega a hablar de muerte de las ideologías.
Contrariando la creencia del conocimiento científico concebida durante mucho tiempo, cuya misión era la de disipar la aparente complejidad de los fenómenos, a fin de revelar el orden simple al que obedecen, esta nueva propuesta (paradigma del Pensamiento Complejo de Edgar Morin) postula que los modos simplificadores del conocimiento mutilan, más de lo que expresan a las realidades o fenómenos de los que intentan dar cuenta.
La complejidad aparece allí donde el pensamiento simplificador falla, pero integra en sí misma todo aquello que pone orden, claridad, distinción, precisión en el conocimiento. Mientras que el pensamiento simplificador desintegra la complejidad de lo real, el pensamiento complejo integra lo más posible los modos simplificadores de pensar, pero rechaza las consecuencias mutilantes, reduccionistas, unidimensionales y finalmente cegadoras de una simplificación.
Es en este momento en donde se debe de presentar la necesidad de incluir en la ciencia al sujeto y su circunstancia, como ciudadano de una nación y de la tierra, desde su etnia, su cultura y sus creencias, sus prácticas sociales y su cosmovisión.
"Así es que la nueva ciencia cuenta con el mundo y reconoce al sujeto. Más aún, presenta a uno y a otro de manera recíproca e inseparable: el mundo no puede aparecer como tal, es horizonte de un ecosistema del eco-sistema, horizonte de la Phycis, no puede aparecer si no es para un sujeto pensante, último desarrollo de la complejidad autoorganizadora." (Morin 1994).

Importancia de la Geografía en el desarrollo de la ciencia

Nueva geografía de Colombia, de Francisco Javier Vergara y Velasco

José Manuel Castelblanco Arenas

Francisco Javier Vergara y Velasco, militar, católico, conservador, historiador, geógrafo y cartógrafo, nació en Popayán el 15 de junio de 1860. «Fue un enamorado de la naturaleza y por tanto amó a su patria, a la cual sirvió por entero hasta el último instante en que rindió su vida el 21 de enero de 1914 en la ciudad de Barranquilla». Vergara y Velasco es autor de Nueva Geografía de Colombia escrita por regiones naturales, obra compuesta de 1125 páginas y 154 cartas, cuyo contenido se presenta de la siguiente manera: primero, el territorio (altimetría, kilometría, relieve, geología, hidrografía, climatología, flora y fauna, aspecto físico); segundo, capacidad productora del suelo (agricultura, ganadería, minería, industria, caminos, comercio, demografía, organización política y etnografía); tercero, historia; y cuarto, Geografía militar. A lo anterior se agrega un Apéndice que incluye El estado de la geografía de Caldas y un conjunto de tablas de coordenadas geográficas de Colombia. Editada en tres tomos por el Banco de la República y el archivo de la economía nacional en 1901, es considerada hoy una herramienta fundamental entre los estudiosos de la geografía y la historia del país.

Uno de los aspectos más interesantes y llamativos de la obra es la concepción misma de su interesante estructura. Vergara y Velasco, considerado uno de los mayores representantes de la historiografía en Colombia, afirma en la Advertencia que encabeza la obra que la geografía debe ser una descripción científica y poética de los aspectos visibles de la realidad, de la apariencia de los fenómenos, en fin, del paisaje:

La aspiración de la Geografía moderna, lo que ella persigue ante todo, es hacer ver, y por decir así, tocar con el dedo las cosas, procurar la sensación de ellas, imprimir en el espíritu el relieve, la imagen del país y de las sociedades; aspira á hacer que se vea ante los ojos lo que se describe, á que en las pinturas y retratos revivan los tipos y los paisajes, á que tenga el atractivo de una narración de viaje; quiere que se conozca de un país, no unos cuantos nombres y cifras, sino la vida y los aspectos reales.
Vergara y Velasco pretende armonizar integralmente la forma y la visión amplia y variada de la multiplicidad de aspectos de Colombia, que son dignos de ser conocidos y estudiados, que abarcan tanto lo geográfico como el vastísimo campo de lo histórico, lo cultural, lo social y lo humano.

Sorprenden la amplia y fundamentada documentación que tiene el autor, su conocimiento del país y de quienes habían escrito sobre él. En la sección dedicada a la historia de la exploración del país desde el «descubrimiento» se presenta una sustanciosa exposición metodológica y de fuentes cuya parte relativa a la época republicana, la más usada por Vergara, transcribimos:

Además de Codazzi, otros exploradores extranjeros han visitado nuestro territorio, pero la obra que ejecutaron no es igual. Entre los que realmente hicieron progresar nuestra geografía, debemos citar á Boussingault y á Reiss y Stübel, que exploran los Andes de Cundinamarca al Ecuador por el Tolima y el Cauca; á Hettner, que hace lo propio de Antioquia á la frontera venezolana por Cundinamarca, Boyacá y Santander; á Sievers, que visita la región de la Sierra Nevada de Santa Marta y a los valles de Cúcuta; á Greife, Shenck y Stainhel, que recorren los Andes antioqueños; á los dos White, que exploran el Chocó; á Simonds, que levantó por cuenta del Gobierno las cartas corográficas de Bolívar y Magdalena.
A Crevaux, que siguió las huellas de los misioneros peninsulares en las desiertas comarcas orientales; á Wiener, que realizó igual labor más al Sur; a los geógrafos brasileros que nos han hecho conocer el Amazonas y parte de sus afluentes; a West y Gilbert, que estudian el Magdalena; a las comisiones científicas (Bonaparte Wyse) de la Empresa del Canal interoceánico, que conquistaron para la ciencia el Darién y la región del Chiriquí; a los ingenieros del ferrocarril intercontinental, que pasaron su nivel de la frontera del Ecuador a Cartagena; a los dos Reclus (Elisée y Armand), que visitaron la Sierra Nevada y el Darién, y, en fin, a los marinos ingleses que delinean de manera definitiva el trazo del litoral.
Entre los que sólo recogieron impresiones y redactaron viajes anecdóticos sin verdadero valor científico pero útiles para la geografía descriptiva, están Gaje, el Conde de Gabriac, Vigne, Safray, Andrée, Cermoise, Estrifleur, Chanfanjon, Brisson, Monnier, De Brettes, D´Espagnate, etc. A estos nombres deben unirse los de muchos notables ingenieros y escritores colombianos y extranjeros que han recorrido territorio en busca de minas, ahora encargados del trazo de caminos, vías navegables, ferrocarriles y fronteras, ora en los Estados Mayores de ejércitos en campaña, ora levantando planos de haciendas y tierras baldías, y entre ellos Nieto París, González Vásquez, Ferreira, Ramos, Sosa, Liévano, etc.
Tampoco debemos olvidar á los constructores de líneas telegráficas, quienes materialmente han medido muchos miles de kilómetros de caminos, aun cuando por desgracia no siempre con exactitud.

Gracias a lo anterior, Vergara y Velasco logra informar de manera seria y variada acerca de diversos aspectos; elige las citas con acertado criterio para darle al lector perspectivas y puntos de vista diferentes. Los apartes citados ilustran y estructuran la obra cuyo eje conductor es el recorrido detallado a través de todo el territorio colombiano, cumpliendo con una de las intenciones primordiales del autor: describir con lujo de detalles cada uno de los aspectos relativos a la gran diversidad geográfica, origen de la riqueza de la fauna y la flora; la variedad de razas, tipos de sociedad y costumbres; la complejidad del pasado histórico y cultural, de la política y la economía del país.

La detallada descripción está fundamentada en experiencias personales del autor, como de las visiones de colonos y científicos del siglo XIX, expresadas a través de perspectivas diversas, que enriquecen el panorama que nos va mostrando Vergara y Velasco, son testimonios invaluables para reflexionar acerca de lo que ha sido el país, de lo que hemos hecho con sus recursos, y de lo que hemos perdido o ganado en el correr de los años.

Gracias a las descripciones de las montañas, ríos, llanos y valles, de las islas, de la mesa Andina, de la depresión central, de la región atlántica, de las zonas desiertas, del istmo de Panamá y de muchas otras regiones de Colombia, es posible constatar los profundos cambios, el deterioro irreversible y la destrucción que ha sufrido la naturaleza tras 109 años de publicada la obra.

La metodología de carácter científico y el detalle en la presentación de los datos que componen esta obra es uno de los factores que le permiten pervivir, a pesar de que gran parte de los datos ha sufrido profundos cambios en épocas recientes.

La obra consta de tres volúmenes, distribuidos de la siguiente manera:
El Volumen I, denominado Geografía General, consta de varias subsecciones. En la primera, llamada territorio, se hace una descripción muy precisa del país, comenzando por la historia del nombre, desde la formación de la Nueva Granada hasta la constitución de 1886 que modificó el nombre de la nación, llamándose de ese año en adelante Colombia. En la segunda sección, el autor continúa la delimitación de la República, describiendo cada una de sus fronteras con especial atención en los límites naturales y las coordenadas geoespaciales referidas al meridiano de Greenwich. A partir de los datos mencionados hace una aproximación al perímetro del país, dedica un espacio a las rutas de los conquistadores y desarrolla las temáticas relacionadas con kilometría, el litoral, las fronteras, el relieve, la geología y los ríos de Colombia.

El segundo Volumen ostenta la misma estructura capitular del primero, aunque los contenidos difieren. En el primer capítulo se abordan los temas de climatología, flora y fauna, y aspecto físico, para luego dejar sentada una propuesta respecto de la división natural del territorio de la República. El capítulo II está dedicado a la capacidad productora del suelo, fundamento del desarrollo económico del país en la agricultura, la ganadería, la minería y la industria. Es muy importante destacar que el autor presenta el estudio anterior destacando las características geográficas particulares de cada una de las regiones. Es evidente que el autor muestra un gran interés por los caminos de penetración en cada una de las regiones, a lo que dedica una buena parte de este capítulo.

En el tercer volumen se muestra una descripción de los caminos de Colombia, análisis presentado teniendo en cuenta las siguientes regiones: la mesa Andina, la depresión central, las montañas de Sumapaz, la región atlántica, las zonas desiertas, Panamá y los recorridos de los ferrocarriles y el telégrafo, al tiempo que se presenta un análisis del país desde los conceptos de demografía, comercio, organización política, y etnografía. El capítulo tercero y cuarto de la obra, llamados Historia y Geografía militar, presenta el capítulo III que se denomina Historia, dividida en épocas así: los orígenes, la colonia y la nacionalidad, y el capítulo IV denominado geografía militar.

Teniendo en cuenta la forma tan detallada como Vergara y Velasco hace la descripción geográfica de la cada una de las regiones del país, resaltaré a contiunación algunos aspectos generales que muestren la dimensión de la obra.

Teniendo en cuenta el sentimiento nacionalista del autor, es preciso comenzar destacando que para Vergara y Velasco la posición geográfica del país es excepcional. Al respecto, hace notar dos aspectos: de un lado, durante la guerra de la independencia esa posición le dio un valor estratégico de primer orden; y de otro, dicha posición le aseguraría un papel esencial en el futuro como sitio de paso entre los dos océanos. El autor comparte lo siguiente con Eliseo Recluse

Como país de asiento para los colonos de toda raza, el territorio de Colombia presenta ventajas excepcionales. Del mar a la cumbre de las montañas ofrece el regular escalonamiento de todos los climas: calor, temperatura moderada, frio, combinados según la exposición, con diversos grados de sequia o húmeda; pero en tanto que en otras repúblicas de América el paso de clima a clima se hace bruscamente y como de un salto de tierra ardiente a la tierra fría, y que la zona templada, la más favorable al hombre y a sus cultivos, está representada por estrechas franjas de territorio, Colombia, singularmente privilegiada, prolonga sus montes y antemontes a gran distancia del núcleo central, y las regiones cuyo clima puede compararse al de la Europa occidental por la temperatura, ocupan una extensión considerable, bastante crecida para sustentar los habitantes por decenas de millones. Con excepción del grupo montañoso de Santamarta, las serranías colombianas se ramifican de tal modo, en abanico, hacia el norte y el noreste; que encierran tierras de labor en todos los escalones, bajo todas las latitudes de la comarca.
Luego, concluye lo siguiente:

Colombia estaría, pues, lista para recibir inmigrantes por millones, si tuviera caminos accesibles del mar hacia las zonas desiertas o apenas pobladas de las áreas templadas y frías; paro hasta la fecha Colombia ha tenido la suerte de crecer en población y desarrollar sus recursos mucho mas por su propio fondo que por el auxilio de los extranjeros.

Siguiendo por la línea de la posición estratégica del país, destacándose el hecho de que en toda su obra Vergara y Velasco se esfuerza por enfatizar la distancia que separa su «nueva» geografía, «descripción pintoresca y científica en la que todo vive» de la geografía tradicional que solo muestra datos, en el aparte de la nueva geografía de Colombia, que Vergara y Velasco dedica al litoral, hace una descripción muy precisa de las dos costas y destaca en ella la posición del archipiélago de San Andrés y Providencia (San Andrés, Santa Catalina, Providencia, y numerosos cayos e islotes), importante por su posición estratégica y sus productos, y en el cual solo se habla inglés, por abra de nuestra incuria. Afirma Vergara y Velasco: [San Andrés y Providencia] será prenda de gran valor el día en que la república posea marina de guerra». Vergara hace notar la complejidad de estudiar el litoral colombiano debido a su configuración, sus condiciones climáticas y su falta de islas, siendo esto un punto a favor del impulso de una marina importante como las de Chile o Brasil.

Usando la metáfora de la inundación del territorio, Vergara y Velasco hace un análisis profundo del relieve nacional. Destaca los Andes por el enorme espacio que ocupan en Colombia (320.000 km) y los compara con los Alpes suizos, afirmando que los primeros son ocho veces más grandes que los segundos. Los Andes están formados por una serie de grandes cimas que llama cordilleras; en palabras de Verga y Velasco, estas últimas son «pliegues de atormentadas estratas (suelos densos presentan bajos factores de concentración), de los que unos recorren todo el sistema, en tanto que otros apenas alteran una parte de él o no tienen sino reducidas dimensiones, lo que dio campo a la surreccion de altos topes aplanados o al colmataje de cuencas interiores así transformados en altas llanuras o altiplanicies».. Vergara y Velasco

En conformidad con lo anterior, Vergara y Velasco también afirma que los Andes colombianos son tan irregulares en su régimen como en su construcción geognóstica, hasta el punto en que afirma lo siguiente: «no hay en el mundo otro territorio cuya topografía haya sido tan influida por las acciones de las fuerzas del planeta». Sus pendientes, sus flancos escabrosos y la abundancia de hondonadas, gargantas y precipicios dificulta la construcción de vías de comunicación adecuadas, elementos indispensables para explotar los veneros (fuente natural de agua que brota de la tierra o entre las rocas) que guardan sus entrañas. Dicho esto, Vergara y Velasco divide los Andes colombianos en tres cordilleras; Cordillera del Chocó, o Cordillera occidental; Cordillera del Quindío, o Cordillera central; y cordillera del Sumapaz, o Cordillera oriental. Además de lo anterior, Vergara y Velasco hace una descripción de lo que denomina los montes del Caribe, que comprenden las serranías de Panamá y Baudó, los montes centrales de Bolívar, la sierra nevada de Santa Marta y las sierras Guajiras.

En este tema del relieve es importante destacar que la parte central de la costa atlántica, a pesar de ser un paisaje cenagoso y sólo en parte fértil, tiene «en justa compensación en sus extremos los montes de María y la sierra de Santamarta: es un pequeño mundo alzado á las puertas de la Patria cuyos tesoros y belleza exhibe agrupados en mínima superficie». A partir del contraste entre llanura y elevación, el relieve poco elevado de los Montes de María «visto de la llanura de Cereté parece no existir y las pequeñas colinas que allí surgen destacadas adquieren apariencia de crecidas cumbres» (Vergara y Velasco, 1892, p.166).

La diferencia entre las llanura atlántica y oriental reside en el hecho de que la primera se integra al relieve andino, mientras que la segunda no por cuanto es absoluta, imposible de integrar en cualquier relieve. Vergara y Velasco es quien después formulará con más claridad aquello que el mapa de Casanare de Codazzi y los mapas generales elaborados a base de su cartografía ya mostraban: su doble división del espacio de la nación en un centro con una especie de semiperiferia, subsumidos en el relieve andino, y la periferia oriental, respectivamente. Para cimentar la construcción de esa topografía nacional como relieve constituido en superficie, que incluiría partes de la periferia. Para efectuar una exclusión más clara de su periferia oriental, Vergara decide incluso acabar con la terminología geográfica en uso hasta entonces:

No existen las tan decantadas cordilleras; el suelo colombiano se divide naturalmente en dos porciones: la occidental ó montañosa, y la oriental ó llana. En la montañosa las serranías forman dos grupos principales separados por el amplio valle del Magdalena que en su parte baja se confunde con la cuarta área de esta mitad ó sea la llanura atlántica, cuyo carácter principal consiste en lo variado del relieve de su suelo, que encierra macizos aislados, planicies bajas y mesas de mayor altura: además, completan esta mitad montañosa el litoral del Chocó y la faja del istmo (Vergara y Velasco, 1892, p. 3).

Datos importantes como la densidad demográfica (cinco millones de habitantes aproximadamente) y la gran diversidad de razas y culturas se unen al estudio realizado por Vergara y Velasco. En cuanto al problema de la relación entre los seres humanos y la naturaleza, el autor dedica su tiempoal estudio de «la influencia del medio en que vive un pueblo sobre el progreso de sus habitantes» quienes constituyen casi un añadido, o en el mejor de los casos un agente más del modelado del terreno. Para él, como está en el epígrafe de una edición posterior, «el suelo que soporta a las naciones impone a estas huella indeleble». Es en ese sentido en que se lo puede considerar un geógrafo determinista.

Relacionando la geografía del país con sus gentes, Vergara manifiesta lo siguiente:

Mirada en su conjunto, Colombia se divide en montes y llanuras, en tierras altas y bajas, en regiones marítimas y continentales, en zonas tropicales y subtropicales, en comarcas agrícolas, ganaderas, mineras é industriales, es decir, presenta un resumen del globo entero, lo que ha sido quizás una de las causas de su atraso, pues como lo ha observado un notable naturalista sueco, esas variedades cuando se mezclan y alternan en corto espacio, dificultan la explotación en grande escala […] Consecuencia de semejantes condiciones es la lentitud del progreso; pero también ese progreso, una vez cumplido, promete resultados de tal magnitud, que la imaginación, deslumbrada, no puede calcular. (Vergara y Velasco 1974, p. 765).

El comercio, factor de desarrollo, se fundamentó en la explotación de los recursos naturales, especialmente la flora y la fauna, a lo que Vergara y Velasco muestra cómo los comerciantes españoles extrajeron de los territorios de la Nueva Granada carey y cueros que para 1721 constituían mercancías altamente apreciadas en la feria de Portobelo en España. Entre 1835 y 1890 se exportaron águilas, carey, aves vivas, aves disecadas, camarones, caracoles, concha y cal de nácar; cueros de caimán, de puma, de jaguar; insectos, ostiones, patos, perlas, tortugas y sus caparazones, objetos para colecciones de los naturalistas.

Hacia finales del siglo XIX —en pleno período republicano— se intensificó la economía extractiva, ya que la industrialización creciente en Europa y los Estados Unidos creó demanda para nuevas materias primas y productos. La extracción y exportación de fauna aumentó progresivamente a lo largo de ese siglo hasta alcanzar un tope histórico de variedad y cantidad. Según Vergara y Velasco (1892), los productos naturales pasaron a constituir un 30% del total de las exportaciones, concentradas hasta el momento en el oro, contribuyendo a que la economía fluctuara ante la demanda cambiante de nuevos productos naturales. Esto es, se presentaba un auge repentino y al cabo de poco tiempo los recursos se agotaban por causa de la extracción exhaustiva y destructora, o su calidad decaía a tal punto que quienes los compraban buscaban otras fuentes o eran reemplazados por un sucedáneo. Este fue el caso de las pieles grandes, las plumas de garza o los insectos, productos que para 1870 proveyeron más de la tercera parte de las exportaciones colombianas. De esta manera, la fauna se hizo parte de la lógica irracional de las bonanzas que perdura hasta hoy.

La novedad más importante de Nueva Geografía de Colombia en relación con las obras anteriores radica sin duda en la adopción del «moderno» sistema de regiones naturales:

No sigo fórmulas envejecidas y falsas, no describo á Colombia siguiendo divisiones políticas que dependen del capricho de los hombres y a menudo rompen y mezclan las grandes regiones naturales: éstas, y sólo éstas, creadas por quien no está sujeto á los vaivenes del mundo, serán la base del trabajo, que así tendrá la ventaja de no envejecer al menor cambio administrativo; corregido un cuadro el libro queda de nuevo al corriente, puesto que las grandes modificaciones del terreno requieren siglos para hacerse sensibles.

El asunto de las regiones es ciertamente importante. En él se concentran hasta la confusión sus convicciones científicas, políticas y religiosas. Su esfuerzo consistió precisamente en tratar de hacerlas encajar, configurando un discurso que les diera cohesión y sentido.

El tema fue tratado en varios lugares y se pueden encontrar algunas variantes de una versión a otra que no vienen al caso. Basta referirse a un escrito de prensa titulado División territorial, en el que la dimensión política y religiosa de la propuesta geográfica de Vergara y Velasco se hace especialmente nítida:

Nacido en las vegas del risueño Cauca y educado bajo la influencia nefasta de la autonomía de las secciones territoriales en que en mala hora se dividiera un tiempo el país, no podría negar que por algunos años sufrí también el fatal error, causa de la ruina de la Nación, de anteponer los intereses y el cariño que profesaba al Estado natal al que debía por conciencia y legalmente á la patria colombiana. Por fortuna mi afición al estudio de la geografía de Colombia rompió la venda que me cegaba, y desde hace muchos años he protestado siempre, no sólo contra la federación en general, sino también contra los límites absurdos de las circunscripciones políticas que rompen la unidad de las zonas geográficas, indicadas por Dios mismo é impiden así el verdadero y pronto progreso de aquellas.” (Vergara y Velasco “división territorial”)

Colombia, aunque «unitaria en la forma» desde la última Constitución, seguía siendo para Vergara «federalista en el fondo» debido a que las «extravagantes» fronteras vigentes de los Departamentos rompían por completo «los límites naturales de las diversas regiones geográficas”, lo cual favorecía los altercados y terminaba por beneficiar al gamonalismo, “causa eterna de la ruina del país» Según Vergara, «conservar la actual división territorial del país» equivalía a «conservar latente la federación».( Vergara y Velasco, “División Territorial”)

La «idea salvadora» de Vergara, entonces, consiste en reemplazar los nueve departamentos existentes por veintiséis nuevas «provincias geográficas» definidas con base en las «leyes geológicas de la división del territorio». Debe hacerse «tábula rasa»; las medias tintas son inútiles; la República debe ser «fundida en nuevo molde». La división propuesta por Vergara, a grandes rasgos, es la siguiente:

“Catatumbo, capital Ocaña; Zulia, capital Pamplona; Paturia, capital Bucaramanga; Angostura, capital Puerto Berrío; Saravita, capital Socorro; Chicamocha, capital Sogamoso; Funza, capital Chapinero; Muzo, capital Honda; Quindío, capital Ibagué; Saldaña, capital Guamo; Tierra Adentro, capital Neiva; Tenza, capital Gachetá; Casanare, capital Nunchía; Chiriquí, capital David; Veraguas, capital Santiago; Istmo, capital Panamá. /Corregimientos. San Andrés, Bocas del Toro, Darién, Balboa, Goajira, los Llanos y Caquetá.

Según Vergara, su sistema de división tiene la ventaja fundamental de hacer más fácil y efectiva la «acción civilizadora» del gobierno central que a su vez debe convertirse en un ente «regulador e impulsador» encargado sobretodo de mantener bien enlazadas las provincias entre sí, a la vez que respeta en todo caso los límites naturales dispuestos por Dios. Tiene también la virtud de «confundir en cada una de las nuevas provincias todos los climas y producciones», lo que asegura el progreso equitativo de todas. Los nombres de las nuevas provincias son tomados de los accidentes del terreno, lo que contribuye a «borrar de la memoria del pueblo las odiosas demarcaciones en mala hora establecidas». Además, el buen trazo de la división deja a cada provincia un área casi desierta disponible para dicha acción. Con ello cesarían los viejos celos y los odios regionales, se le podría punto final al gamonalismo, y la paz, el progreso y el bien común estarían asegurados, «así costare sangre» (Nueva Geografía de Colombia).

Como se anotó al comienzo, el libro de Vergara y Velasco es una obra muy valiosa porque a través de sus textos es posible conocer muchos aspectos esenciales —y bastante desconocidos— de Colombia.