11/30/2010

Historía de la Ingenieria en Colombia

Cátedra “Miguel Triana”
José Manuel Castelblanco Arenas

Atendiendo al reto propuesto por la Universidad Central, dentro del marco de los cursos de Contexto, programa de la Vicerrectoria Académica, y con el apoyo de la facultad de Ingeniería se crea el 17 de julio del año 2007 La cátedra “Miguel Triana”. Teniendo como base fundamental los cursos desarrollados hasta el momento en ésta cátedra, en donde se ha generado fundamentalmente la posibilidad de plantearnos una gran duda frente a la forma tradicional como de ha mostrado la historia de la Ingeniería en Colombia, cuando cada uno de los conferencistas participantes han insistido en la reconstrucción de algunos elementos conceptuales de la ciencia y la tecnología fundamentados en la ingeniería y sustentados en la historia, que articulen a la ingeniería con otras disciplinas de las ciencias sociales, en un trabajo que produzca transformaciones en nuestra sociedad, que estén de acuerdo a nuestro entorno social, cultural y ha nuestras propias necesidades.
Mi propósito como investigador de la historia de la ingeniería en Colombia, es el intentar despejar algunas de estas dudas, a través del uso de diferentes técnicas de investigación como la indagación documental, la etnográfica, la recopilación de historias, la observación, etc, por medio de las cuales haremos un aporte a la reconstrucción de esa historia desconocida, en donde integraremos elementos de las ciencias naturales y las ciencias sociales.
La importancia de esta clase de estudios se puede resumir en el comentario de Rosalind William, directora del Programa de Ciencia, Tecnología y Sociedad del MIT (Massachussets Institute Of. Technology): “...el conocimiento humanístico es ahora más importante que nunca... en ingeniería, como en otros estudios, se necesita entender otras lenguas, otras culturas, tener formación en Historia y Ciencias Sociales, porque los cambios tecnológicos que estamos viviendo no funcionarán si no hay un profundo conocimiento cultural detrás. Para que funcione la tecnología también se tiene que entender el contexto histórico y social.”
Teniendo en cuenta las anteriores consideraciones, me surge la siguiente inquietud al objetivo de la investigación. ¿Es adecuado plantear el tema de los efectos de la ingeniería en una relación causal con el aspecto humano, es decir, con la sociedad? Siguiendo las orientaciones de los Estudios en Ciencia, Tecnología y Sociedad, haremos uso de una interrogación hermenéutica para comprender tal relación. Decimos hermenéutica en el sentido en que el filósofo norteamericano de la tecnología, Carl Mitcham (1.989), lo ha señalado para la tecnología: la búsqueda por penetrar en su significado, definiendo sus vínculos. La interrogación hermenéutica permite entrar en la ingeniería y su relación con la sociedad, sabiendo que se trata de una relación histórica. A ella corresponden preocupaciones que pueden ser, entre otras, del siguiente orden: ¿Hasta qué punto la manera de entender los efectos de la ingeniería esta vinculada a la concepción de la tecnología? ¿Cuales son los argumentos que fundamentan la relación entre la tecnología y la ingeniería con la sociedad, desde la perspectiva del determinismo tecnológico, así como de la crítica a este tipo de enfoque? ¿De qué modo están los destinos humanos implicados en el destino de la tecnología y la ingeniería, y cuál es la participación de aquellos en el devenir de éstas? En otras palabras, se trata de plantear unos cuantos elementos que conlleven a analizar el tema de los efectos de la ingeniería en la sociedad, entendiendo, como, que se trata de una relación bidireccional y que es en dicha relación como se puede plantear su papel en la sociedad del conocimiento.
Podremos iniciar esta visión hermenéutica, sustentada en distintas reflexiones dejadas por los conferencistas participantes de los diferentes cursos de la cátedra, como las del ingeniero Asdrúbal valencia Giraldo de la universidad de Antioquia, en donde hace un recorrido por la historia de la ingeniería fundamentado en paradigmas a lo cual afirma “Tres paradigmas se han dado en la historia de la ingeniería. Hasta fines del siglo XVIII no existía la profesión tal como se conoce hoy; se construía intuitivamente, con base en ensayo y error, y a la manera de los artesanos según la tradición de maestros y aprendices. Podría decirse que los embriones de arquitecto e ingeniero se confundían en el Maestro Constructor, y ésta trabajaba en el sitio de la obra. Éste es el primer paradigma.

Debido a las exigencias de la revolución industrial, y gracias a la aparición de las primeras escuelas de ingeniería en Francia, empieza a perfilarse la ingeniería como arte (segundo paradigma), es decir, como un oficio especializado que exigía destrezas y habilidades muy elaboradas. El segundo paradigma dura más o menos hasta la segunda guerra mundial.

Luego aparece la ingeniería con base científica, el tercer paradigma. Se aprovechan al máximo las ciencias exactas y naturales para fundamentar la profesión, se desarrollan las llamadas ciencias de la ingeniería como la hidráulica, la resistencia de los materiales, las estructuras, etc., y se acelera la creación de nuevas ramas de la ingeniería, distintas a la civil”.

El ingeniero Valencia, en su conferencia plantea “La necesidad de sintetizar e integrar las diferentes miradas o dimensiones de un problema, lleva a proponer un nuevo paradigma para la ingeniería, acorde con los tiempos que corren, y que podría llamarse el de Maestro Integrador, el ingeniero que incluye los anteriores y mucho más: comprensión de la cultura, sensibilidad social, sentido de la solidaridad y respeto por la vida y el ambiente”.

También tendremos muy en cuenta reflexiones el doctor Jorge Arias de Greiff que manifiesta “tanto en Colombia como en el ámbito internacional existe un cierto consenso sobre la existencia de una crisis que afecta a la ingeniería tradicional. Es un hecho que la profesión ha perdido presencia y liderazgo en los asuntos relacionados con el desarrollo social y material del los país, al tiempo que se echa de menos los extraordinarios aportes de la ingeniería en las primeras décadas y mediados del siglo XX”. ¿Cuáles son los elementos y manifestaciones de esa crisis? ¿Qué nuevos atributos, amén de los tradicionales, exigen a la profesión los nuevos tiempos? ¿Cuáles cambios en la formación de los estudiantes deben contemplar las facultades de ingeniería?

También son a tener en cuenta las afirmaciones del ingeniero Miguel Corchuelo con respecto al desarrollo tecnológico, “existen tres categorías de países: los que lo producen, los que los transfieren y adaptan, y, finalmente, aquellos que lo compran ciegamente. Cabe preguntarse en qué medida Colombia está cada vez más en la tercera categoría”.

No podemos dejar de lado al doctor Alberto mayor Mora quien manifiestas en sus distintas conferencias que “El pasado enseña que los ingenieros ocuparon un papel preponderante en la sociedad cuando se vincularon al desarrollo industrial y se preocuparon por los efectos de la acción profesional sobre aspectos sociales y administrativos. El proyecto de la Escuela de Minas, emprendido por don Tulio Ospina y otros pioneros hacia fines del siglo XIX, fue exitoso porque entendió la función que la ciencia y la tecnología podían cumplir en la construcción de un país moderno. Hoy las circunstancias y los medios son bien distintos pero la finalidad tiene cierta analogía: y se pregunta ¿cómo diseñar una ingeniería que responda a la necesidad de crear una nueva sociedad en un país agobiado por la violencia y la intolerancia, retrasado en el conocimiento científico y tecnológico, y cada vez más ajeno a las condiciones de competencia que reclaman los nuevos escenarios de la economía internacional”’?

Aquí es muy importante atender el continuo llamado por parte de los diferentes conferencistas a la implementación de una cultura de conocimiento transdisciplinario, o sea, de un conocimiento que vaya más allá de una simple disciplina. Dice Edgar Morin en el prólogo a un documento de la UNESCO sobre la educación del futuro: "El humano es a la vez físico, biológico, psíquico, cultural, social, histórico. Es esta unidad compleja la que está completamente desintegrada en la educación a través de las disciplinas y que imposibilita aprender lo que significa ser humano. Hay que restaurar dicha unidad compleja de tal manera que cada uno desde donde esté tome conciencia de su identidad compleja y de su identidad común", esto hay que entenderlo como un llamado a replantear la practicas pedagógicas utilizadas hasta el momento en la enseñanza de la ingeniería.

De la sociedad industrial a la de información. Del mundo aislado a la red mundial. De la cantidad a la calidad. Del mundo bipolar al mundo multipolar. De los monopolios con poder geopolítico a la competencia internacional. Del énfasis en la producción al énfasis en el mercadeo. De la exportación de bienes a la de conocimientos. De la centralización a la descentralización. De Marx y Keynes a Popper y Smith. Del derroche de recursos a una mayor conciencia ecológica. Del Atlántico al Pacífico. Del proteccionismo a la apertura. De la mano al cerebro y de la máquina al computador, parecen indicar los cambios vividos de la primera a la segunda mitad del siglo XX y comienzos del XXI.
QUIEN ES MIGUEL TRIANA (1859-1931)
(Discurso en la sesión extraordinaria de la Sociedad Colombiana de Ingenieros el 26 de Noviembre de 1959). (“Anales de Ingeniería “No,. 711/13 octubre/diciembre 1959).
Hoy hace exactamente cien años nació en esta ciudad de Bogotá el ingeniero Miguel Triana, hijo del general Domingo Triana y de doña Cleotilde Cote de Triana. Hizo sus primeros estudios en el colegio de San José que regentaba don Luis Cuervo; pasa luego al colegio mayor de Nuestra señora del Rosario donde obtuvo el bachillerato en 1877, ingresando luego a la escuela de ingeniería, que regentaba el coronel don Antonio de Narváez, obteniendo el título de ingeniero Civil y Militar el 30 de agosto de 1880.
No contento con tener ya su título profesional, emprendió en el colegio del Rosario estudios de derecho, que culminó, aunque no alcanzo a graduarse. Durante ese mismo tiempo de sus estudios jurídicos dicto las cátedras de Aritmética y Geometría en el mismo Colegio del Rosario.
La actividad del ingeniero Triana presenta aspectos diversos.
Como Ingeniero trabajo al lado de Abelardo Ramos en el Ferrocarril de Puerto Wilches en el año de 1883. Mas tarde fue director de obras públicas en el estado de Boyacá, contribuyendo a la construcción de la carretera central del norte, habiendo montado el primer puente metálico en Colombia entre Soata y Boavita sobre el rió Chicamocha.
En 1880, por llamamiento que le hiciera el ingeniero Juan Nepomuceno González Vásquez, trabajó en el trazado y construcción del ferrocarril de Cúcuta. En asocio de Manuel Ponce de León levantó un plano acotado de la laguna de Tota a fin de estudiar su desagüe y la irrigación del valle de Sogamoso.
Fue tal vez el primer ingeniero que dedicará sus conocimientos como tal a la industria. Especializado en química y física industrial, logró obtener por primera vez en Bogotá la fabricación del cemento Pórtland, con el cual se fabricaron baldosines.

Luego de desempeñar el cargo de ingeniero municipal de Bogotá en 1890, se trasladó al sur del país, habiendo ejercido el cargo de director de obras públicas de Nariño en 1905, del la isla de Tumaco. En 1917 fue gerente de Tranvía municipal de Bogotá.
Como catedrático, además de las citadas clases en el Colegio del Rosario, dictó las de física industrial, hidráulica, geometría, trigonometría, geometría descriptiva y dibujo, en nuestra facultad de ingeniería. En el año de 1887 fue llamado por el entonces presidente de Ecuador, el general Eloy Alfaro, para que organizara la universidad de Quito, comisión que no alcanzo a cumplir por los acontecimientos públicos que por aquel entonces ocurrieron en ese país.
Como hombre de letras, dedicó su pluma a escribir obras en las cuales resumió las observaciones que hiciera en sus muchos viajes a través del país, las cuales fueron recibidas por el público con gran entusiasmo, no solamente por su estilo castizo ameno si no por el cúmulo de datos estadísticos y geográficos que contenían. Ellos se titularon “Por el sur de Colombia”, “Al Meta” y “Album del Centenario”.
Como historiador se dedicó especialmente a estudiar la cultura chibcha tema debatido y la cual dio muchas luces en sus obras “La civilización Chibcha” y “Las Leyendas Chibchas”. Como político, no solamente fue miembro de la dirección nacional del partido liberal, si no también empuñó las armas en defensa de sus ideales en las campañas de 1885 y 1930, habiendo ocupado cargos de representación, ya en las asambleas departamentales de Boyacá y Cundinamarca, en el consejo de Bogotá y en la Cámara de Representantes.
Representó con lujo a Colombia en la conferencia internacional reunida en Washington en 1916, donde presento un interesante trabajo sobre Bocas de Ceniza.
Sus estudios científicos lo hicieron merecedor a pertenecer a varias corporaciones, tales como la Sociedad Físico-literaria de Bogotá, el Ateneo, la Sociedad Geográfica de Colombia, la Sociedad Americana de Ingenieros Civiles, la Sociedad Colombiana de Ciencias Naturales y principalmente esta sociedad que ayudó a fundar.
En efecto, en asocio de Abelardo Ramos, Diodoro Sánchez y Andrés A. Arroyo, convocó la célebre reunión del 29 de mayo de 1887, en que fue fundada esta corporación. Su nombre esta así ligado, en forma indisoluble, con la historia de esta sociedad, que conserva con respecto y gratitud su efigie en la galería de sus fundadores.

Después de una vida consagrada al servició de Colombia, el ingeniero Triana murió en edad cercana a los 72 años, el día 29 de abril de 1931.
Según Triana mientras se continúe pensando en que es más importante estudiar y soñar en el extranjero, será imposible desarrollar la cultura nacional. “La falta de aplicación a nuestro terruño hace que lo ignoremos como cosa extraña, cuyos disimulados pasadizos recorremos a tientas. No sabemos dónde estamos ni para donde vamos y lo que es más sorprendente, no queremos conocer nuestro destino"(Triana, 1922).
Cursos de Contexto Cátedra “Miguel Triana”
Hasta el día de hoy la cátedra Miguel Triana ha desarrollado los siguientes cursos:
II 2008 “Historia de la ingeniería en Colombia”.
I 2009 “Tecnología y diseño: un enfoque desde el sur”
II 2009 “Historia de las Matemáticas Números para Soñar”
I 2010 “Historia de la Ingeniería en Colombia siglo XIX”.
II 2010 “La Complejidad y sus mundos”
Teniendo en cuenta la importancia de componer la historia como factor primordial de desarrollo científico y cultural la cátedra “MIGUEL TRIANA” se inicio con el curso “Historia de la Ingeniería en Colombia” con el eslogan “No sabemos donde estamos ni para donde vamos y lo que es más sorprendente, no queremos conocer nuestro destino"(Miguel Triana, 1922).”

Algunos Hechos Históricos

Esta investigación la iniciamos teniendo en cuenta algunos elementos recogidos en el desarrollo de los cursos de contexto, haremos un recorrido por algunos de los hechos históricos de donde recogeremos datos importantes para la ciencia y la tecnología en Colombia que nos permitirán ir reconociendo la participación de la ingeniería en el desarrollo del país.

Inicialmente utilizaremos como base las instituciones donde se ha hecho investigación, a lo largo del periodo entre el siglo XIX y primeras décadas del XX, pero no podemos hablar de los inicios de la ciencia en Colombia sin hacer referencia a la expedición Botánica de la Nueva Granada, como el hechos que marco las pautas a la investigación científica en el país.





La Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada Tuvo dos momentos. Entre1782 y 1790, sus sedes fueron La Mesa de Juan Díaz y Mariquita, lejos de la capital del virreinato, permaneció ajena a cualquier control sobre la orientación y los resultados de sus trabajos (Amaya, 1982, 1986, 1992). Los colaboradores de Mutis, por voluntad de éste, fueron escasos: Eloy Valenzuela y Bruno Landete, durante el primer año; Salvador Rizo, mayordomo y pintor de la Expedición hasta la liquidación de ésta, en 1816; Francisco Javier Matiz, “pintor de flores”, como otros que se integraron esporádicamente; Sinforoso Mutis y Pedro Fermín de Vargas. La observación y descripción no sistemática de la flora de las regiones circunvecinas y la delicada elaboración de alrededor de quinientas láminas de la colección iconográfica caracterizaron esta etapa de recolección y exploración con escasos resultados acabados.

A partir de 1790, la Expedición se instaló en Santa Fe, por orden de los virreyes que comenzaban a demandar resultados y temían por el aislamiento y los quebrantos de salud de Mutis. En estos años se vincularon: Jorge Tadeo Lozano, dedicado a los estudios de zoología; Francisco Antonio Zea, agregado para la botánica y Francisco José de Caldas.

La Historia Natural en el sentido de Carlos Lineo, continuó como eje de las investigaciones de la Expedición; sin embargo, por decisión de Mutis, la tarea central no fue sistemática sino de iconografía botánica; en Santa Fe llegaron a trabajar hasta 19 pintores simultáneamente y se organizó un taller de pintura, dirigido por Salvador Rizo. Como resultado de la mayor productividad de los colaboradores surgieron contradicciones con la dirección vertical de Mutis. Caldas, Zea, Lozano y Valenzuela criticaron la orientación iconográfica de la Flora de Bogotá. La Expedición siempre perteneció a Mutis: aún después de su muerte (1808), designó en su testamento a su sobrino Sinforoso como director.

El Observatorio Astronómico Nacional: fue construido a solicitud de Mutis por Fray Domingo de Petrés y se terminó en 1803. Francisco José de Caldas, su primer director, hizo la descripción del edificio y determinó su latitud. El servicio de la hora era una de las funciones centrales del observatorio. Caldas realizó, además, observaciones meteorológicas que publicó en el Semanario del Nuevo Reino de Granada y proyectó un programa de investigaciones astronómicas, geográficas, cartográficas y botánicas que tendría por centro este instituto, pero que no llegó a cristalizar.

A partir del año de 1813, cuando se alejó de Santafé, el observatorio prácticamente quedó abandonado hasta 1846. Caldas reunió condiciones que revelan mayor dominio y compenetración con el oficio del investigador: su condición de permanente autodidacta que supo procurarse los textos necesarios para su formación; su habilidad operativa y práctica para fabricar instrumentos; la capacidad de especificar problemas de investigación estratégicos para el desarrollo de sus actividades científicas. Los pequeños trabajos de rutina que permiten adquirir habilidad en el manejo del utillaje mental y material, lo llevaron a plantearse problemas que exigían mayor creatividad. Entre los primeros, las determinaciones de longitud y latitud, los levantamientos cartográficos, la exploración geográficas, la elaboración de tablas meteorológicas y de almanaques. Sus mediciones de la elevación de las montañas culminaron con una obra de mayor originalidad: su conocido “Ensayo de una memoria sobre un nuevo método de medir la altura de las montañas por medio del termómetro y el agua hirviendo”.

Caldas intentó contribuir al mejoramiento de las producciones agrícolas del país con artículos sobre meteorología, geografía vegetal y métodos de cultivo de diferentes plantas y pensó que una correcta determinación de las variaciones geográficas y climáticas traería beneficios para la agricultura. En su “Discurso sobre el calendario rural del Nuevo Reino” (1801) anticipó muchos de los problemas de la geografía botánica desarrollados por Alexander von Humboldt. Independientemente de si la idea de la fitografía era originalmente suya o no, Caldas estuvo en posición de asimilar creativamente el nuevo enfoque porque, como mínimo, estaba a punto de inventario. La geografía fue el hilo conductor de su actividad científica.

El mayor impacto social de Caldas, Lozano y Zea, coincidió con los esfuerzos de estos criollos por aplicar los métodos de las ciencias naturales a los problemas morales, políticos o sociales, como lo hicieran, poco antes, Pedro Fermín de Vargas en sus Pensamientos políticos sobre la agricultura, comercio y minas de este Reino y en la Memoria sobre la población del Nuevo Reino de Granada; y Antonio Nariño, en el Ensayo sobre un nuevo plan de administración en el Nuevo Reino de Granada; obras escritas en la última década del setecientos.

Liderados por Caldas, quien buscó dirigir el pensamiento de sus compatriotas hacia el estudio de la geografía, “base de toda especulación política”, intentaron la incipiente articulación de una comunidad de individuos orientados hacia el estudio de las condiciones físicas, sociales y políticas del país. Tal fue la meta del Semanario del Nuevo Reino de Granada, que apareció semanalmente durante dos años, y se reanudó a principios de 1810, con el nombre de Continuación del Semanario. Una publicación que debería servir, mejor que la cátedra, para la tarea de difundir las “luces” y de propiciar estudios sobre las materias relacionadas con la correcta administración de los asuntos del virreinato.

Como miembros destacados de las élites criollas y, en principio, leales súbditos del monarca español, los colaboradores del Semanario, pretendían formar grupos de individuos que, dispersos en el Nuevo Reino, realizaran indagaciones sobre geografía, meteorología, mineralogía, botánica y zoología. En las páginas del Semanario, Caldas, (“El influjo del clima sobre los seres organizados”); Diego Martín Tanco (“Discurso sobre la educación”) y Francisco Antonio de Ulloa, (“Ensayo sobre el influjo del clima en la educación física y moral del hombre del Nuevo Reino de Granada”), se preguntaron si la geografía determinaba el carácter del hombre y de las sociedades. Jorge Tadeo Lozano enseñó en su “Memoria sobre las serpientes”, los métodos para la correcta descripción y determinación de las especies del país y difundió en la “Fauna Cundinamarquesa” sus concepciones sobre la distribución geográfica de los animales.

Otros colaboradores quisieron conocer la situación política, económica y social de las provincias y publicaron: “Relación territorial de la provincia de Pamplona”, por Joaquín Camacho; “Ensayo sobre la geografía, producciones, industria y población de la provincia de Antioquia en el Nuevo Reino de Granada”, por José Manuel Restrepo; “Memoria descriptiva del país de Santafé de Bogotá”, por José María Salazar. Miguel de Pombo tradujo y publicó la Constitución política de los Estados Unidos de América. Como otros criollos, Caldas, en su obra titulada “Estado de la geografía de Santafé con relación a la economía y el comercio”, intentó identificar las razones del atraso del virreinato.

La Historia Natural, eje de la obra de Mutis, estaba entre los conocimientos más altamente valorados e impulsados por la Corona. Los naturalistas habían sido fácilmente aceptados en España: las cátedras de botánica se abrieron paso en las universidades al abrigo de la profesión y los estudios de medicina con la frecuente protección de sacerdotes y clérigos. El estudio de la Historia Natural se justificaba en términos teológicos, como demostración de la existencia de Dios a través del conocimiento de sus obras; sus metáforas sociales favorecían la idea de una sociedad estática, ahistórica y rígidamente jerarquizada. Imágenes que ciertamente agradaban a los sectores tradicionales de la sociedad.

Al finalizar el siglo de las luces, el surgimiento de nuevas disciplinas, como la biología y la geografía, fue producto de cambios importantes en la manera de ver y concebir ciertos objetos: la preeminencia que adquirieron los estudios acerca del hombre y la sociedad fue acompañada por la idea de integrar la historia, el devenir, como condición para comprender el tipo de fenómenos que se consideran “en proceso”. El tiempo apareció como una dimensión fundamental. Los enciclopedistas e ilustrados mostraban el lento y progresivo influjo de las leyes y de las condiciones geográficas sobre la organización social de los pueblos; los uniformistas sostenían que la faz de la tierra había cambiado gradualmente debido a la lenta acción de las mareas, vientos, lluvias, volcanes y catástrofes locales; en biología, Jean-Baptiste de Lamarck defendía una concepción transformista de los seres vivos. La Historia Natural con su visión estática de la naturaleza cedía el paso con la biología, la geografía y el pensamiento social, a la imagen de un mundo cambiante y en permanente movimiento; sociedad y naturaleza compartían una ley: el cambio.

El tipo de saber que intentaban fomentar hombres como Francisco José de Caldas, Jorge Tadeo Lozano, Francisco Antonio Zea o Pedro Fermín de Vargas, con todas sus inconsistencias, su cándido cientificismo, su estrecho determinismo, los tanteos propios de los orígenes y el típico diletantismo, estaba, por su mismo origen francés, condenado irremediablemente en España y en sus dominios de ultramar (Restrepo, 1992).

Los vertiginosos sucesos de la Independencia impidieron materializar los proyectos, aún los de menor vuelo. Caldas, Lozano, Rizo y otros integrantes de la Expedición fueron condenados a muerte; vendidos los instrumentos, libros y pertenencias de la Casa Botánica; empacados y remitidos a España los materiales de la Expedición, láminas, herbarios, colecciones mineralógicas y zoológicas. Este proceso de desmantelamiento de la Expedición es un acontecimiento lamentable en la historia de las ciencias en el país. Como otros hechos, éste debe ser explicado.

La capacidad de desarraigo de las formas culturales está en función de su mayor o menor tradición, del valor que les asigna la conciencia colectiva, de su peso entre las representaciones mentales que definen las aspiraciones y objetivos de la sociedad. La institucionalización de la ciencia, entendida como aceptación y reconocimiento del valor de las actividades científicas, la convicción de que éstas merecen ser desarrolladas y patrocinadas, y que pueden constituir la dedicación fundamental, y aún exclusiva, de grupos de individuos socialmente respetados, todas estas ideas estaban lejos de la mentalidad de la época.

Durante los primeros años de la Independencia el entusiasmo reinaba por doquier; las élites políticas se consideraban partícipes de un movimiento de cambios profundos que ubicaría al país en el primerísimo lugar que le correspondía. La empresa de la construcción y la organización del Estado absorbieron todas las energías y los talentos. Los proyectos ambiciosos estaban al orden del día. En cuanto se refiere a las instituciones culturales, la educación, la ciencia y la técnica se abrigaban a la esperanza de producir grandes transformaciones. Francisco Antonio Zea, uno de los criollos de la Expedición Botánica, había elaborado a comienzos de siglo en París un “Proyecto de reorganización de la Expedición Botánica”; nombrado director del Jardín Botánico de Madrid, intentó realizar desde la metrópoli los planes concebidos para las colonias. Su experiencia como naturalista, su actividad política y su cargo como Enviado Extraordinario y Ministro
Plenipotenciario con sede en París, le facilitaron la tarea de contratar un grupo de científicos europeos, que se encargarían de establecer en el país un Museo de Ciencias Naturales y una Escuela de Minería.

La situación crítica que atravesaba la minería de la Nueva Granada parecía demandar y justificar la creación de una institución de este tipo. Desde Europa, Zea concibió una utopía que se justificaba al amparo de los movimientos cientificistas del siglo. Su modelo era el Muséum national d’Histoire naturelle de París (1794). Contrató un equipo de investigadores que deberían echar a andar la rueda del “progreso” en la Nueva Granada. Mariano Rivero, ingeniero de minas y químico graduado en la Escuela Real de Minas de París, como director; Jean Baptiste Boussingault, químico graduado en la Escuela de Minas de Saint-Etienne, sería profesor de mineralogía y química e ingeniero de minas; para las cátedras de fisiología y anatomía comparada, el médico y naturalista François Desiré Roulín; Jacques Bourdon y Joustine- Marie Goudot, del Muséum de París, los preparadores. El único colombiano del grupo fue José María Céspedes, un sacerdote, bachiller en Derecho Civil y doctor en Teología, que se había iniciado “por accidente” en los estudios de Botánica, al encontrar en una posada el Systema Naturae de Lineo (Vezga, 1971: 255-256).

En la antigua casa de la Expedición Botánica, en 1824, se abrió el Museo de Historia Natural, con la asistencia del vicepresidente Santander y los secretarios del Interior y Guerra. Un año después Rivero se marchaba del país y el Museo gradualmente se convirtió en un depósito de reliquias y curiosidades. Las penurias económicas no permitían sostener utopías de este tipo; los planes pronto se ajustaron a las dimensiones mínimas del Estado que los patrocinaba. Igualmente pobres fueron los resultados: Céspedes intentó editar tres volúmenes de un “Tratado elemental de botánica’’; inútilmente buscó reunir suscriptores que cancelaran por adelantado tres pesos por cada volumen. Sus gestiones fueron tan infructuosas como escasos eran “los amigos de las luces” que debían financiar la publicación. Sus manuscritos quedaron en poder del entonces presidente de la Nueva Granada, Tomás Cipriano de Mosquera, quien parcialmente los utilizó en su Memoria sobre la geografía física y política de la Nueva Granada de 1852.

Los trabajos prácticos de Boussingault contribuyeron al desarrollo tecnológico de la explotación de las minas de yeta en el país. Introdujo nuevas técnicas en la explotación y estudió la composición química de los minerales que halló en la Nueva Granada. Como superintendente de minas, intervino en las negociaciones con la Colombian Mining Company. Viajó por Antioquia y el Chocó con el encargo de rendir informe sobre las explotaciones auríferas. A lo largo de su recorrido realizó cálculos de la posición geográfica, altura, características geológicas y condiciones meteorológicas de las diferentes localidades. Con la misión de “organizar y de dar más extensión a la explotación de minas de oro”, permaneció varios años en Antioquia y en el Chocó, donde conoció los aluviones auroplatiníferos y su estancia fue aprovechada por empresarios y mineros. Después de recorrer las regiones mineras de Colombia, volvió a Europa en 1832.

Joaquín Acosta, recopiló y tradujo en 1849 los artículos que Boussingault y Roulin publicaron sobre Colombia en los Anales de Física y de Química y en las Memorias de sabios extranjeros, de la Academia de Ciencias de Francia. Simultáneamente publicó en París una reedición condensada del Semanario de Caldas.

El Museo de Ciencias Naturales fue dirigido por abogados, médicos, ingenieros y bibliotecarios que se sucedieron infructuosamente. Jerónimo Torres (1825-1827), Manuel María Quijano (1827-1831), Benedicto Domínguez (1832, 1837-1839) y Joaquín Acosta; con la reforma de estudios de Mariano Ospina Rodríguez (1842), el Museo quedó bajo la responsabilidad del Rector de la universidad y al cuidado directo del bibliotecario.

El Museo conoció sus mejores años a mediados del siglo, cuando bajo la supervisión de Eugene Rampon, profesor de patología traído a la Nueva Granada durante la administración de Tomás Cipriano de Mosquera, se organizaron dos salas, una de mineralogía y otra de historia natural. La ley que creó la Universidad Nacional en 1867, integró el Museo a la Escuela de Ciencias Naturales que se estableció entonces. Se unieron dos entidades con existencia meramente jurídico-administrativa. El Museo no contó con local propio ni dotación adecuada a sus fines, en una clara demostración de la importancia objetiva que se le daba a la hora de apropiar los recursos y definir las prioridades del gasto público. De un lugar a otro se perdieron colecciones, instrumentos y propósitos.

En esta época esporádicamente se dictaron lecciones de química y mineralogía, Joaquín Acosta (1800- 1852), quien además de las compilaciones mencionadas publicó un libro de Lecciones de jeología (1850), utilizó con algún provecho el laboratorio del Museo para tal fin.

El Observatorio Astronómico fue olvidado en estos años (1813-1846). Benito Osorio, Benedicto Domínguez, Joaquín Acosta, Francisco Javier Matiz se sucedieron en la dirección, sin definir un proyecto de investigación. Durante un tiempo fue anexado al Museo de Historia Natural, con la única ventaja de nombrar un mismo director para ambos centros. El carácter individual y aislado de los trabajos define el período: observación meteorológica y recolección de datos no continua ni sistemática.

A mediados del siglo no había duda sobre la necesidad de aprovechar las “ventajas comparativas” del país mediante la producción y exportación de materias primas y la importación de productos manufacturados. Habían fracasado las llamadas “industrias modernas”, que producían textiles, loza, vidrios, velas, fósforos, jabones y sombreros; y se abandonaron los débiles intentos de establecer una industria protegida.

Durante el gobierno de Tomás Cipriano de Mosquera (1845-1849), se tomaron medidas encaminadas a estimular el comercio exterior: reformas en las aduanas; nivelación de pesos y medidas; introducción del sistema métrico; mejoras en las estadísticas y la contabilidad en el manejo de la Hacienda; y un amplio plan de construcción de vías de comunicación que permitieran llevar los productos a los mercados.

Con las reformas del medio siglo se inició el proceso que llevaría a dividir las tierras de los resguardos indígenas, suprimir los diezmos, desamortizar los bienes de manos muertas, eliminar los estancos, abolir la esclavitud y liberar el comercio. El régimen legal de la tierra, en síntesis, abría la posibilidad de comercializar aquellos terrenos de fácil acceso y donde se contaba con mano de obra barata, una vez que los indígenas se transformaban en jornaleros. La gran hacienda aprovechó estas medidas, orientadas por una burguesía más preocupada por aprovechar las ventajas comerciales y administrar la rentabilidad de la tierra que por generar cambios en la línea de modernizar la producción agrícola.

El fortalecimiento de la hacienda como sistema de producción y dominio social estuvo incuestionablemente asociado con el federalismo que era a la vez expresión y resultado de la fragmentación del poder. A partir de 1850 las regiones cobraron su peso en la organización política nacional y el país se encaminó hacia la federación.

En este ambiente de cambios se organizó la Comisión Corográfica (1850-1859), con el objetivo de hacer una descripción del territorio nacional que revelara las condiciones físicas, morales y políticas de la nación colombiana (Restrepo, 1983; 1984 y 1991).

Si en un mapa se condensa la soberanía y el dominio sobre un territorio, la situación de la Nueva Granada a mediados del siglo XIX era lamentable: pocas provincias tenían mapas y descripciones geográficas. La mayor parte del territorio estaba por recorrer. Con la nueva política se hizo evidente que se requería identificar nuevos productos naturales comercializables; que el Estado podía intervenir para aliviar las tensiones surgidas entre los poderes locales, hacendados y autoridades civiles, por falta de una delimitación clara de los territorios; se vio la necesidad de definir las fronteras de las provincias y de demarcar los límites internacionales en un período de relaciones difíciles con los países vecinos; los poderes regionales demandaron una descripción de sus provincias y, en una escala más pequeña, solicitaron la medición y división de resguardos y baldíos, al tiempo que los hacendados contrataron levantamientos topográficos de sus propiedades; unos y otros, buscaban nuevas vías de comunicación que permitieran valorizar las tierras, comercializar y exportar los productos.

La Comisión Corográfica, primera empresa de investigación creada y patrocinada por el Estado, integró un equipo de investigadores con objetos diferenciados, Agustín Codazzi (1793-1859), el director, era un ingeniero geógrafo italiano que durante 10 años había elaborado la geografía y cartografía de Venezuela y dirigido su publicación en París. A la Nueva Granada llegó traído por Mosquera para trabajar en el Colegio Militar. A los 57 años aceptó el encargo de emprender el largo viaje por el territorio nacional (un territorio hay que recordarlo casi dos veces más extenso que el actual) y lo hizo en las condiciones del siglo XIX: pésimos caminos; medios de transporte como el “lomo de indio”, la mula y los champanes; precarios alojamientos y dificultades de aprovisionamiento; en suma, un panorama que hoy asustaría al más denodado explorador. Su última salida, hacia la costa Atlántica la hizo en las peores condiciones económicas y de salud.

A los 66 años murió, en plena expedición, con la esperanza de recorrer la sierra nevada de Santa Marta. Codazzi publicó la Jeografía física i política de las provincias de la Nueva Granada; escribió numerosos informes dirigidos a los jefes provinciales y al Gobierno nacional, algunos de los cuales se editaron en los diarios de la época, con posterioridad a su muerte, dos ingenieros, antiguos alumnos del Colegio Militar, Indalecio Liévano y Manuel Ponce, y el dibujante Manuel María Paz trabajaron en la complementación y la revisión final de la obra cartográfica de la cual se publicaron: el Atlas de los Estados Unidos de Colombia (1864) y el Atlas geográfico e histórico de la República de Colombia (1889).

Felipe Pérez (1836-1891), redactó el texto de la geografía física con base en los cuadernos de campo de Codazzi. La geografía política, en cambio, salió enteramente de su pluma, con el típico balance negativo que hicieron los radicales de la obra de España en América. Las obras publicadas por Pérez fueron: Jeografía física i política de los Estados Unidos de Colombia (1862-1863) y Jeografía jeneral de los Estados Unidos de Colombia (1865). La agitada política de esos años, los conflictos entre los Estados federales y de éstos con el pequeño gobierno central, las animadversiones personales y los enfrentamientos de distintos sectores de la élite, generaron una serie de controversias en torno a esta geografía oficial.

En obras similares y contemporáneas, como el Ensayo sobre las revoluciones políticas de José María Samper (1861), La República en América Española (1869) de Sergio Arboleda, se presentaron explicaciones alternativas al desarrollo social del país. Las indagaciones sociales de la Comisión se iniciaron con Manuel Ancízar (1811- 1882), un Bogotano, funcionario y publicista liberal. Su obra con la Comisión, Peregrinación de Alpha por las provincias del Norte de la Nueva Granada en 1850 i 1851, publicada originalmente en los periódicos y editada poco después como libro, fue el primer éxito editorial en la historia del país. Ancízar fue el pionero de la sociología empírica en Colombia, con Salvador Camacho Roldán, quien supo aprovechar las indagaciones de la Comisión.

Codazzi realizó una valiosa descripción de la zona arqueológica de San Agustín; simultáneamente se publicaba, el libro de Ezequiel Uricoechea sobre Antigüedades neogranadinas (Berlín, 1854). Santiago Pérez (1830-1900), reemplazó a Ancízar y escribió una obra en el mismo estilo, pero con menor éxito y difusión, descriptiva de la vida social, usos y costumbres de la región occidental, titulada: Apuntes de viaje. Como tantos políticos, Santiago Pérez se dedicó posteriormente al periodismo y a la docencia universitaria; ejerció la presidencia de la República, durante el período 1874-1876.

Este radical convencido fue uno de los opositores más fuertes a la Regeneración que lo condenó al ostracismo y al exilio. Los trabajos descriptivos de Ancízar y Pérez ofrecieron los derroteros que seguirían las obras literarias e históricas de la época.

Comenzaron a aparecer los cuadros de costumbres y los relatos de viajes, hasta cuando la publicación del Mosaico; miscelánea de literatura ciencias y música (1858-1865) dio existencia oficial al género. Conservadores y liberales, publicistas y literatos se unieron en el fervor por los cuadros de costumbres, la descripción del paisaje, y el detalle de los lugares más pintorescos. Se narraban las aventuras de un viaje o las peripecias de la navegación a lo largo del Magdalena, se describían las formas de trabajo de los campesinos, como en Manuela de Eugenio Díaz o en Los trabajadores de tierra caliente de Medardo Rivas; se delineaban los diversos tipos raciales, los atuendos regionales y las modas; las tertulias, los chocolates santafereños y las fiestas; los mercados; las formas del discurso del pueblo; en fin, no quedó tema que los jocosos citadinos no escudriñaran.

Ellos intentaron resaltar lo autóctono en su búsqueda de los rasgos característicos de la región. Las ilustraciones de la Comisión fueron realizadas por el pintor venezolano Carmelo Fernández, el inglés Enrique Price y el cartógrafo Manuel María Paz, último compañero y secretario de Codazzi. Estos pintores, en su recorrido por la Nueva Granada, dibujaron los tipos humanos, los atuendos, las herramientas y el paisaje. Como había ocurrido con la literatura, a partir de entonces las estampas religiosas y los acartonados retratos cedieron el paso a las acuarelas que llevaron la aldea y la provincia, la “tierra caliente” y la selva, a la conciencia de los hombres “cultos” de las ciudades, que tanto se esforzaban por ignorarlos. Los cuadros de costumbres granadinas de Ramón Torres Méndez, que en vano intentó formar parte de la Comisión, fueron la expresión más acabada de este espíritu compenetrado con el paisaje de la región (Sánchez Cabra, 1987).

De la botánica se encargó José Jerónimo Triana (1828.1890), hijo del conocido pedagogo José María Triana y alumno de Francisco Bayón en los Colegios del Rosario y San Bartolomé donde se graduó en Medicina. Las primeras publicaciones de Triana fueron: Plantas útiles de la Nueva Granada (1852) y Nuevos jeneros i especies de plantas para la flora neogranadina (1854), escrita en colaboración con Hermann Karsten. En 1856 Triana entregó un herbario de 38 volúmenes, que en total contenían cerca de 4.000 especies, y éste fue depositado en el Museo de Historia Natural donde una tercera parte se perdió en los continuos traslados de local. Enviado por el Gobierno con el fin de publicar una obra sobre las plantas útiles, se quedó definitivamente en Francia, donde cambió sus planes y desarrolló trabajos de sistemática botánica, a pesar de la oposición del Gobierno colombiano. Una monografía sobre las Gutíferas (1862) le proporcionó los medios para continuar con sus planes. En el mismo año escribió, en colaboración con J. E. Planchon, el primer volumen del Prodomus Florae Novo-Granatensis. El segundo, dedicado por entero a la familia de las Criptógamas, salió en 1867. Después de consultar los archivos de la Expedición Botánica, publicó los Nuevos estudios sobre las quinas, obra donde intentaba clarificar las propiedades y los caracteres de las distintas variedades y especies de Cinchona.

Esta fue la obra de Triana más difundida en Colombia, el principal productor mundial de quina hasta 1885. Otras publicaciones suyas fueron superficialmente conocidas; citadas sólo por los botánicos Francisco Bayón y Santiago Cortés. Como sucedía con los trabajos de los extranjeros que visitaron el país, las investigaciones de Triana llegaron tardíamente o pasaron ignoradas en el medio cultural colombiano. La obra del mayor botánico colombiano no fue asimilada como parte de una tradición científica nacional.

La Comisión Corográfica afrontó las vicisitudes comunes a todo esfuerzo intelectual en la Nueva Granada: débil apoyo económico y político; falta de incentivos que hicieran atractivo el trabajo y aseguraran respaldo social no limitado a las demandas inmediatas.

La aventura de la investigación exigía una cuota demasiado alta de sacrificio que pocos quisieron afrontar. Las fortunas tampoco alcanzaban para los lujos de la actividad científica. Quien deseara hacer carrera en la ciencia debería encontrar otra forma de sustento, a riesgo de disminuir la intensidad de la dedicación y, con ello, la calidad de la obra.

Cuando se habla de ciencia y de científicos a mediados del siglo, hay que pensar en una actividad episódica y en individuos aislados y marginales. El Estado era el único empresario que podía patrocinar a estos aventureros, y fuera de las ocasionales “expediciones”, “comisiones” o la pomposa fundación de una institución, las únicas plazas seguras para aquellos que pretendieran vivir para la ciencia eran las cátedras universitarias que no demandaban investigación sino “información”.

Los largos viajes de la Comisión, las posibilidades de contacto directo con autoridades civiles y religiosas, hombres ilustrados y rústicos, tinterillos y gamonales, le permitieron plasmar una imagen de la nacionalidad e interpretar las nuevas realidades del país. La difusión de sus obras a través de periódicos oficiales y privados, de circulación nacional y regional, y la publicación de libros de viaje, geografías, atlas y obras botánicas no defraudaron los objetivos y las expectativas.

La Comisión señaló perspectivas de desarrollo regional y participó en la construcción de la identidad nacional. El programa cartográfico y la tarea de definir los límites internacionales serían continuados por la Oficina de Longitudes. La investigación corográfica perdió proyección histórica con el triunfo político de la Regeneración; hispanismo y centralismo se oponían a este espíritu que pareció revivir en 1934, cuando el ministro de Educación, Luis López de Mesa, organizó por un breve período la Comisión de Cultura Aldeana. El impulso que dio la Comisión Corográfica a la indagación social sólo fue superado por la Escuela Normal Superior, ya en el presente siglo.

Un último esfuerzo de investigación naturalística realizado durante el siglo fue la
Comisión Científica Permanente (1881-1883), creada con el objetivo de estudiar en el territorio nacional “lo concerniente a la botánica, a la geología, a la mineralogía, a la zoología, a la geografía y a la arqueología”. La Comisión debía coleccionar y clasificar dos grupos de muestras: una para la Exposición de Nueva York y otra para enriquecer las colecciones del Museo y la Universidad. El director, José Carlos Manó, hizo trabajos botánicos y mineralógicos en la costa norte y al cabo de dos años presentó su informe al Gobierno.

Jorge Isaacs, secretario de esta Comisión, se encargó de la descripción etnográfica. Recorrió los actuales departamentos de La Guajira, Magdalena y parte del Cesar y publicó un Estudio sobre las tribus indígenas del Estado del Magdalena, que apareció en los Anales de Instrucción Pública (1884) y contenía relatos mitológicos, apuntes lingüísticos y datos etnográficos y arqueológicos. El escrito de Isaacs fue atacado por Miguel Antonio Caro, por las referencias que se hacían al Origen del hombre de Darwin. La obra de fue evaluada negativamente por la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales que, con cierto espíritu gremialista, recomendó someter las futuras comisiones a la vigilancia de los naturalistas colombianos. El “Informe sobre los trabajos del señor Manó presentado por la Comisión a la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales” señalaba que había incontables errores de clasificación botánica; los apuntes mineralógicos eran elementales y algunos completamente equívocos; se acusaban faltas en las remisiones, hechas sin orden, ni método y sin estar acompañadas de las descripciones correspondientes.

Cuando en 1847 el Observatorio Astronómico se anexó al Colegio Militar, una institución que formó los primeros ingenieros colombianos y que dejó de funcionar en 1855, se inició la que sería su tarea central: la elaboración de la cartografía del territorio nacional. Las observaciones meteorológicas se realizaron de manera más continua y sistemática. Paralelamente se intentó perfilar en la institución un programa de investigación básica. Los directores de estos años heroicos del Observatorio fueron: Cornelio Borda (1829-1866); Indalecio Liévano (1834-1913), un ingeniero y matemático, maestro de Julio Garavito, que elaboró trabajos originales sobre los números reales y publicó un Tratado de Aritmética (1856) y un Tratado de Algebra (1871) y dejó trabajos inéditos de trigonometría plana y esférica y geometría; José María González Benito, Luis Lleras Triana quien lo reemplazó durante los viajes de aquél a Europa y Julio Garavito Armero, a lo largo de más de un cuarto de siglo. Pero las actividades del Observatorio no lograron desarrollarse de manera continua. Lejos de esto, también durante la segunda mitad del siglo el Observatorio Astronómico fue increíblemente abandonado, al punto de ser utilizado como heladería, tienda de sorbetes, taller de fotografía, fortaleza y punto de ataque a San Agustín en la guerra de 1860, y prisión de Estado a donde irónicamente fue recluido el general Mosquera en 1867, un año después de que ordenara la colocación de la cinta meridiana de cobre y estableciera la Oficina Central del Cuerpo de Ingenieros a la cual se había anexado el Observatorio.

Después de la muerte de Garavito, ocurrida en 1920, las tareas astronómicas del observatorio fueron olvidadas durante 10 años. Julio Garavito Armero afirmaba acertadamente, refiriéndose al Observatorio que “la historia de un establecimiento de esta naturaleza debe ser la de los trabajos en él ejecutados”(Lleras (1938a, 1938b)) y no obstante, el recuento de las actividades del Observatorio a lo largo del siglo XIX muestra que sólo en contadas ocasiones fue esta una institución donde se elaborara una obra con carácter público. Sin duda, los mejores años de esta institución coinciden con la dirección de Garavito y se definen por la confluencia de dos factores: el liderazgo y la productividad de Garavito, su capacidad de definir un programa de investigación viable para el observatorio y la creación de la Oficina de Longitudes, como expresión institucional de este programa. En una demostración de su capacidad de adaptarse y sacar el máximo provecho de los limitados medios y condiciones a disposición del país, Garavito justificó el levantamiento astronómico de la carta en los siguientes términos: “Fijadas las poblaciones astronómicamente es muy fácil relacionarlas entre sí tomando datos topográficos sobre los caminos que las unen, es decir, recorriendo la única porción fácilmente accesible del terreno y que precisamente es la que debe quedar fijada en la carta, puesto que lo que más interesa al público es hallar en los mapas las distancias de los caminos, ferrocarriles, ríos navegables, puentes, construcciones especiales, etc., etc., es decir, de todos los puntos del terreno donde el hombre ha dado valor a la superficie del globo terrestre. (. . .) Por ahora contentémonos con extender una red astronómica completa por sobre todo el territorio, relacionándola después con datos topográficos, y así tendremos una carta del país suficientemente precisa, y dentro de un lapso de tiempo razonable”.


La Oficina de Longitudes fue creada por el Decreto 930 de 1902, con sede en el
Observatorio, con el propósito de corregir la carta geográfica del país, de acuerdo con el método adaptado y propuesto por Garavito y publicado en los Anales de Ingeniería con el título: “Determinación Astronómica de Coordenadas Geográficas”. Con éste, el meridiano del Observatorio serviría como punto de referencia para las longitudes de los mapas. En los años finales del siglo Garavito había trabajado en esta determinación de latitud y longitud y superado los datos obtenidos por Caldas, vigentes hasta el momento; la determinación de la posición del Observatorio de Bogotá fue finalmente precisada en 1935 por Jorge Alvarez Lleras (Arias de Greiff, 1987: 150).

La dirección de la Oficina estuvo a cargo de Delio Cifuentes Porras y en la obra tomaron parte alumnos y profesionales de la Escuela de Ingeniería, que se congregaron en el Observatorio alrededor de Garavito mientras se reabría la universidad. La Oficina de Longitudes, tuvo también la misión de demarcar los límites internacionales, objeto de delicados acuerdos. A las diversas comisiones envió ingenieros de la Universidad Nacional, entre quienes figuran Darío Rozo, Julio Garzón Nieto y Daniel Ortega Ricaurte. La Oficina de Longitudes inició en 1903 la publicación del Boletín del Observatorio Nacional; las coordenadas y demás resultados se difundieron en 1918 con el título “Coordenadas Geográficas Determinadas por la Oficina de Longitudes”.

Por decreto de 930 se abrieron en la Oficina de Longitudes las secciones de astronomía, geodesia, topografía y nivelación, y una Oficina de Historia Natural. Esta fue dirigida por Santiago Cortés y contó con una sección de mineralogía bajo la jefatura de Ricardo Lleras Codazzi, y una sección de biología a cargo del mismo Cortés, quienes ya habían trabajado juntos en la Comisión Mixta de Límites entre Colombia y Venezuela (1899-1901) que había organizado una “Sección Segunda”, con el fin de aprovechar las exploraciones para realizar estudios naturalísticos. El ingeniero Ricardo Lleras Codazzi (1869-1940), mineralogista, geólogo y químico por vocación, realizó para la Universidad Republicana una tesis sobre la región de “El Zancudo”; escribió sobre los trabajos de la Oficina de Historia Natural (1904) y en relación con éstos publicó: Restauración de la petrografía (1910), Lecciones de petrografía (1914) y reseñas geológicas de Cundinamarca, del Tolima y de La Guajira. Producto botánico de las excursiones de la Comisión Mixta y de los trabajos efectuados en la Oficina fueron: Monografía de las leguminosas y Flora de Colombia de Santiago Cortés, uno de los pocos egresados de la Escuela de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional.

Con la culminación de los trabajos de la Oficina de Longitudes se comenzó a ver la necesidad de definir nuevos proyectos de investigación para el Observatorio, dos de sus tradicionales tareas serían desarrolladas en adelante por nuevas instituciones. La Ley 47 de 1916 ordenó la organización del Servicio Meteorológico Nacional, una iniciativa que se había propuesto en el Segundo Congreso Científico Panamericano, celebrado en Washington, en el que “se excitó a los gobiernos suramericanos para que procedieran a determinar el clima y demás condiciones físicas propias de sus respectivas zonas”. Con posterioridad a la muerte de Garavito el Gobierno designó al padre Simón Sara S.J. para dirigir el Observatorio, pero ante las protestas de la Sociedad Colombiana de Ingenieros en donde uno de sus fundadores fue el ingeniero Miguel Triana se le asignó solamente el servicio meteorológico que se estableció en el Colegio de San Bartolomé con el nombre de Servicio Meteorológico Nacional. Alvarez Lleras y Belisario Ruiz Wilches, sucesivos directores del Observatorio, promovieron ya en los años treinta, la creación de un instituto que se encargara de las tareas topográficas que permitirían complementar la red astronómica ya determinada por aquella oficina y elaborar de manera precisa la cartografía de Colombia.

En el Instituto Geográfico Militar (1935), la estereogrametría y la topografía fotográfica aérea servirían de apoyo para continuar el programa de investigación aplicada a la elaboración de la Carta de Colombia ya realizado en el Observatorio

La Comisión Científica Nacional CCN, creada por la Ley 83 de 1916, tuvo mayores alcances que su antecesora, la Comisión Científica Permanente, gracias al cuidado que se puso en la contratación de los sucesivos directores, todos ellos geólogos con formación especializada: Robert Scheibe (1917-1923); Otto Stuzer y Ernest Scheibe (1924-1926); Emil Grosse (1927-1931) y Enrique Hubach (1931-1934). En la Comisión colaboró Ricardo Lleras Codazzi, quien continuó así su obra y publicó: Notas geográficas y geológicas (1926), Los minerales de Colombia (1927) y Las rocas de Colombia (1928). Los trabajos de los directores de la CCN se publicaron en los primeros cuatro volúmenes de un órgano oficial de difusión, la Compilación de los Estudios Geológicos Oficiales de Colombia (1933-1960), que completó los 10 volúmenes.

La Comisión Científica tenía la finalidad de estudiar la geología de las regiones de Colombia, complementar la cartografía del país con mapas geológicos, dar a conocer nuevos recursos mineros y estudiar las minas existentes; simultáneamente, el Observatorio Astronómico coordinaba los trabajos de la Oficina de Longitudes, y la comunidad de hermanos cristianos de La Salle establecía su red de herborizadores que contribuirían a conocer la fauna y la flora del país.

Los directores de La Comisión Científica pertenecieron a la Sociedad de Naturalistas Colombianos, presidieron las comisiones de geología y mineralogía y de geología de petróleos y, como los naturalistas, tomaron parte en el proyecto de realizar el inventario de los recursos del país.

La Ley 123 del 26 de noviembre de 1928, promovida por Emilio Robledo, un egresado de la Escuela de Medicina y Ciencias Naturales de la Universidad de Antioquia y fundador de la Sociedad de Ciencias Naturales en Antioquia, reformó la organización de la Comisión Científica, en el sentido de darle carácter permanente y ampliar el número de investigadores y campos de investigación. Con el propósito de reunir información para crear Comisiones Científicas Nacionales, el padre Enrique Pérez Arbeláez S. J. viajó a España, Francia y Alemania (Revista de la Sociedad Colombiana de Ciencias Naturales. (Bogotá), (101): 125. Junio-julio, 1929). El proyecto no se realizó. en cambio, en el Ministerio de Industrias que controlaba las actividades productivas del país, se crearon nuevas dependencias que deberían satisfacer las demandas de investigación científica aplicada y se continuaron las tareas de la Comisión Científica Nacional, como hasta el momento, a cargo de la Sección de Minas y Petróleos.
En el sector agropecuario era evidente la decadencia de la agricultura para el consumo interno, al tiempo que la producción cafetera crecía aceleradamente. La industria, desarrollada lentamente desde comienzos del siglo, sacaría provecho de la crisis de 1930, se diversificaría y crecería rápidamente a partir de esa fecha. Así, para apoyar las ciencias que podían servir de base a la industria y la agricultura, en el Ministerio de Industrias se fundaron: el Laboratorio Químico Nacional (1928); en el servicio científico, las secciones de botánica, fitopatología y entomología, que dieron origen al Herbario Nacional (1931) y, por último, en el entonces llamado Ministerio de la Economía Nacional, se creó la Sección de Biología Vegetal (1938). El primer director, promotor y organizador del Herbario, la Sección de Biología Vegetal, el Departamento y el Jardín Botánico “José Celestino Mutis” (1955), Enrique Pérez Arbeláez, había regresado de Alemania después de concluir en Munich (1928) su carrera de biología y encontró como generalmente sucede cuando los individuos del Tercer Mundo realizan estudios de alto nivel en las universidades de los centros científicos- que en Colombia no había condiciones adecuadas para la producción científica. Buscó crear una conciencia pública favorable a la actividad científica y presionó para que se formulara una política científica nacional que se expresara en instituciones estatales duraderas.
Sus publicaciones destacaban las múltiples utilidades que derivarían de apoyar las ciencias biológicas: entre sus obras encontramos, por ejemplo, su contribución para el Manual del cafetero colombiano (1932), titulada: “Botánica del cafeto; clasificación de las plantas de sombrío y de las malezas”; Frutas de Cundinamarca (1933); Las plantas, su vida y su clasificación (1934); tres ediciones de las Plantas útiles de Colombia (1935, 1942, 1956); Plantas medicinales y venenosas de Colombia (1937); Estudio botánico y étnico, farmacéutico y forense (1937); Quinas de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada.

El Laboratorio Químico Nacional, dirigido por Jorge Ancízar Sordo entre 1936 y 1957, prestaba servicios para las diferentes dependencias del Ministerio, es decir, para las variadas demandas de la estructura productiva del país: agricultura, minería, industria. Fueron precisamente éstos sus años más prósperos, porque concentró múltiples funciones y áreas de investigación. Sin embargo, aunque su director siempre esperó que se pudieran iniciar allí líneas de investigación básica, este proyecto se vio pospuesto ante las demandas del trabajo de rutina que provenían del análisis de minerales y prospección geológica, los estudios de suelos y la adaptación de las técnicas de control de calidad exigidas por la empresa privada (Cubillos, Poveda y Villaveces, 1989: 151-181).

Con la diferenciación y ramificación de las actividades del Estado durante los años cincuenta, algunas tareas iniciadas en el Laboratorio, que entonces pertenecía al Ministerio de la Economía pasaron a nuevas entidades: los estudios geológicos y de apoyo a la industria petrolera, al Servicio Geológico Nacional (1940), llamado por un tiempo Instituto Geológico Nacional (1953-1957), del nuevo Ministerio de Minas y Petróleos, fundado con el objetivo de levantar el mapa geológico del país y participar en la evaluación del potencial minero y la exploración de nuevos yacimientos.

Los trabajos de química agrícola se desplazaron al Laboratorio de Suelos (1957) del Instituto Geográfico “Agustín Codazzi”; los que se iniciaron sobre energía nuclear, al Instituto de Asuntos Nucleares (1959).

Finalmente, el Laboratorio, que había pasado a depender del Ministerio de Minas y
Energía, se fusionó en 1968 con el Servicio Geológico Nacional y el Inventario Minero (1963), que constituyeron entonces el Instituto de Investigaciones Geológico Mineras (INGEOMINAS), de suerte que de todas sus actividades anteriores sólo continuó adelantando de manera sistemática los trabajos relacionados con proyectos geológico mineros.

El Herbario Nacional se inició en el laboratorio de César Uribe Piedrahíta y de ahí pasó, por un tiempo, al Laboratorio Químico Nacional. Hernando García Barriga sucedió a Pérez Arbeláez en la dirección y recolectó alrededor de 23.000 plantas. Creció a lo largo de los años, gracias al trabajo de generaciones de botánicos, así: en 1956 se llegó a los 50.000 ejemplares; en 1976, alcanzó los 150.000; y en la actualidad cuenta con 300.000 ejemplares de plantas preservadas y procesadas con técnicas y normas internacionales. Entre sus colecciones históricas están algunos duplicados del herbario de la Expedición Botánica, y la copia del herbario que reunió José Jerónimo Triana con la Comisión Corográfica.

La Sección de Biología Vegetal del Departamento de Agricultura del Ministerio de la Economía Nacional, o Instituto de Biología (a partir de 1945), se orientó hacia la investigación de problemas directamente relacionados con la ampliación y mejor aprovechamiento de los recursos para la agricultura comercial; colaboró en trabajos de recolección, determinación taxonómica, y estudios aplicados a las demandas del sector agropecuario. En 1951, el Ministerio cedió a la Universidad los instrumentos y la parte del herbario formado allí.

El impulso que tomaron estas instituciones llevó a que se crearan en la Universidad Nacional, cuando ésta se reestructuró en 1936, los departamentos correspondientes: el de Botánica, o Instituto de Botánica (1939) o Instituto de Ciencias Naturales (1940), que constituía la cristalización institucional del programa de investigaciones inaugurado por Mutis, y el Departamento de Química, dirigido por el químico catalán Antonio García Banús. El proceso se repitió una y otra vez, para todas las ciencias básicas, comoquiera que nuevas entidades estatales y privadas, establecidas en los años sesenta y setenta por fuera de la universidad como el Instituto Colombiano Agropecuario (ICA), el Instituto de Recursos Naturales Renovables (INDERENA), el Instituto Nacional para Programas Especiales de Salud (INAS), el Laboratorio de Investigaciones en la Química del Café, el Laboratorio de la Superintendencia de Industria y Comercio y el Instituto Colombiano del Petróleo, contaron con recursos para prestar servicios científicos y tecnológicos, hacer investigación aplicada y transferencia de tecnología.

Con la creación del Servicio Meteorológico y el desplazamiento de los trabajos cartográficos al Instituto Geográfico, quedaba para el Observatorio Astronómico Nacional el programa de investigación fundamental que requería para recibir apoyo institucional, la diferenciación de disciplinas como la física y las matemáticas, de menor desarrollo en el país y la voluntad de sostener la investigación con independencia de los resultados útiles.

Pasos en esta dirección se dieron durante las décadas del cincuenta y sesenta, con la aparición de departamentos, institutos y facultades de ciencias en las mayores universidades del país. Durante este último período, a partir de 1958, Jorge Arias de Greiff y Eduardo Brieva se han alternado en la dirección; se han mantenido relaciones con la Unión Astronómica Internacional y se han recibido visitas de astrónomos de Estados Unidos y Alemania. En el Observatorio se han dictado cursos para los estudiantes de la carrera de física. Con la colaboración de un equipo de investigadores con formación avanzada en astronomía se definieron, ya en los años setenta y ochenta, proyectos de investigación en los siguientes subcampos de la astronomía: astrofísica estelar: “Recalibración de la relación período-luminosidad para Cefeidas galácticas”; astronomía fundamental: “Cálculo de efemérides con el nuevo sistema de constantes astronómicas”; sistema solar, con la participación en la red del “International Halley Watch” (1986) y en estructura galáctica, con trabajos estadísticos para determinar pertenencia de estrellas a cúmulos galácticos.

El reducido equipo de investigadores del observatorio —integrado por Jorge Arias de Greiff, Eduardo Brieva, Wolfgang Gieren, Benjamín Calvo, William Cepeda y con la colaboración de Javier Rodríguez, en la programación de computador, y Antonio Uribe, en la parte estadística— también trabajó en la definición del sitio para la ubicación de la “Estación de Montaña”, proyecto de construcción y dotación de un moderno observatorio óptico, aprobado por el CONPES en 1985 pero suspendido por no coincidir con las sucesivas políticas gubernamentales con el cual se buscaba tener condiciones para formar nuevos investigadores, llevar adelante los proyectos iniciados sin tener que realizar el trabajo observacional por fuera del país y definir nuevas líneas de investigación para el desarrollo de la astronomía en Colombia.

La biología orgánica en botánica y zoología es el área de la biología que concentra el mayor número de proyectos de investigación, con énfasis en los aspectos descriptivos, y de recursos humanos y financieros. Son también éstos los trabajos más difundidos en el país en parte por la menor infraestructura que requieren a través de los jardines botánicos, los departamentos de biología y las facultades de agronomía.

La institución líder en este campo es el Instituto de Ciencias Naturales-Museo de Historia Natural (ICN-MHN), compuesto por las secciones de antropología, botánica, geología y zoología. (Acuerdo No. 16, del 1o. de febrero de 1973. Sobre esto véase: Pinto Escobar y Díaz-Piedrahíta (1979, 1986). Los subproyectos de las secciones de botánica y zoología son: “Flora de Colombia”, “Ecoandes”, “Flora de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada” y “Fauna de Colombia”. Con grandes esfuerzos continúa la idea, patrocinada hace 200 años por la Corona española, de darle prioridad a los inventarios de flora y fauna y a la clasificación taxonómica. Hay grupos de investigación de excelencia, aunque escasos y marginales, concentrados en las Universidades Nacional, Valle, Antioquia, Andes y Javeriana, en el INAS y la Federación Nacional de Cafeteros, que trabajan en diferentes proyectos de las áreas de biología molecular, celular y bioquímica (Márquez et al., 1988).

Lo relatado hasta el momento hace ver la influencia de la expedición Botánica en el desarrollo de al ciencia y la investigación en el país, pero es importante regresar en el tiempo y ver como las matemáticas son un factor importante que dieron origen a la profesión de la ingeniería en Colombia, y es así como debemos de recordar que la administración de Tomás Cipriano de Mosquera creó condiciones materiales y proyectó instituciones que permitieron la difusión de algunas materias. Inició un vasto plan de obras públicas que hizo necesario auspiciar la ingeniería. Fundó el Colegio Militar (1847-1855) con el objetivo de formar ingenieros que realizaran las obras públicas y elaboraran la carta geográfica nacional. Lino de Pombo, que orientó los estudios hacia la formación de ingenieros civiles, y Aimé Bergeron, que escribió un texto de matemáticas para uso de los estudiantes, Lecciones de matemáticas. Parte primera: Aritmética (1848), se encargaron sucesivamente de dictar las cátedras de matemáticas.

En el Colegio Militar se formaron jóvenes de la élite Bogotana y las provincias, entre quienes estaban Indalecio Liévano y Cornelio Borda que posteriormente se harían cargo del Observatorio Astronómico Nacional; Manuel Ponce de León, que colaboraría en las tareas de la cartografía; y los primeros ingenieros que se dispersaron por el país y contribuyeron a la realización del trazado de vías de comunicación en los ferrocarriles y la agrimensura, como Manuel H. Peña, Joaquín Barriga, Nicolás Caicedo D’Elhuyar, Alejandro Ortega, Juan Nepomuceno González, Ignacio Ortega y Antonio Dussán Manrique.

El Colegio Militar perdió respaldo durante los gobiernos liberales que lo clausuraron por considerarlo un instituto académica y socialmente elitista. (Safford (1989); Helguera (1958); Young (1970)

En 1850, a tono con las reformas del medio siglo se decretó la libertad de enseñanza y de práctica y se suprimieron los títulos de doctor. Entre las justificaciones de esta medida se mencionó la necesidad de reducir la presión de los jóvenes por estudiar las carreras tradicionales. Se esperaba que se reforzarían las cátedras de ciencias a medida que disminuyera el flujo de aspirantes para jurisprudencia y medicina. La realidad fue muy distinta. Cuando ya no fueron obligatorios los cursos de botánica, mineralogía, química y matemáticas, los jóvenes dejaron de tomarlos.

La Universidad Nacional de Colombia, creada por la ley del 16 de septiembre de
1867 y reglamentada el 13 de enero de 1868, fue organizada con cinco escuelas:
Derecho, Medicina, Ciencias Naturales, Ingeniería y Literatura y Filosofía que era en realidad un bachillerato. Estas escuelas podían conferir títulos de bachiller, ingeniero, profesor de ciencias naturales, maestro, farmacéuta, profesor de obstetricia, doctor en jurisprudencia y doctor en medicina y cirugía. La creación de esta universidad estimuló la organización de planteles similares de carácter regional. En Antioquia funcionaba, desde 1822, un colegio provincial donde se habían instaurado cátedras de gramática, retórica, filosofía y jurisprudencia y cátedras de química y mineralogía, consideradas indispensables en una provincia minera.

El 14 de diciembre de 1871, se organizó la Universidad de Antioquia, compuesta por las mismas escuelas que su homóloga de Bogotá, más la de Artes y Oficios. Nacidas cuando se percibían las oscilaciones de la economía agro exportadora las nuevas escuelas universitarias se orientaron a fortalecer esa opción. Con menor éxito, en las de ciencias naturales se impulsó el desarrollo de la agricultura y la minería; con mayor fortuna, en la de matemáticas e ingeniería de Bogotá se formaron ingenieros que contribuyeron a construir las obras públicas, en especial las vías de comunicación carreteras y vías férreas que facilitaron el desarrollo del comercio exterior. De igual modo, los ingenieros definieron como propia la tarea de elaborar la cartografía del país. En esta escuela se formaron exclusivamente ingenieros civiles, a excepción del período crítico de 1880 a 1884 cuando bajo órdenes del Ministerio de Guerra se encargó de preparar ingenieros militares que habrían de participar en las contiendas civiles en defensa del radicalismo.

Las conexiones políticas con los liberales hicieron precaria la existencia de la Facultad a finales del siglo; ya durante la Guerra de los Mil Días (1899-1903) fue cerrada y muchos de los estudiantes y profesores tomaron parte en la contienda armada.

La Escuela de Matemáticas e Ingeniería cobró importancia dentro de la Universidad Nacional, como había sido la intención de sus fundadores, al punto de sobrepasar a la Facultad de Jurisprudencia en el número de estudiantes. En el año de 1873 se dictaban en la Escuela de Ingeniería los cursos de: estudios superiores de aritmética y álgebra (con 24 estudiantes); geometría plana y del espacio (con 27); física analítica (20); geometría práctica y analítica (16); química inorgánica (13); cálculo diferencial e integral (9); mecánica analítica (9); astronomía y geodesia (10); cinemática y motores hidráulicos (5); nociones generales de arquitectura (5); geología elemental y metalurgia (5); clase militar
(5) y dibujo topográfico (44).

Sin embargo, el Rector de la Universidad advertía en su informe que las materias de química inorgánica, astronomía, cinemática, geología y metalurgia se dictaban “sin aplicar la doctrina a la práctica”, por falta de instalaciones y equipos. Los cursos de matemáticas eran dictados por: Manuel A. Rueda, Antonio M. Muñoz, Manuel H. Peña, Manuel Ponce de León, Luis Lleras, José Herrera Olarte.

Geología y paleontología fueron enseñadas por Carlos Michelsen U. y José María
González Benito. Francisco Montoya tomó a su cargo las clases de química. En la últimadécada del siglo y primeros lustros del XX, Julio Garavito enseñó en la Facultad cálculo infinitesimal, mecánica racional y astronomía. Las cátedras de Garavito tuvieron honda influencia sobre un pequeño grupo de discípulos, debido principalmente a su esfuerzo por investigar originalmente algunos problemas que atrajeron su atención: en el campo de la mecánica clásica, estudió los movimientos de la luna y empezó a elaborar sus tablas; en mecánica y óptica física, hizo estudios sobre la propagación de la luz a través de medios diáfanos en movimiento, con los cuales se pretendía sostener la física clásica en contra de la teoría de la relatividad.

Entre sus alumnos hubo quienes lo siguieron dogmáticamente, como Jorge Álvarez Lleras y quienes, en contra de las ideas de Garavito, difundieron las teorías que había atacado, como Darío Rozo o Julio Carrizosa Valenzuela. Otros, como Melitón Escobar Larrazábal, Jorge Acosta Villaveces y Belisario Ruiz Wilches enseñaron matemáticas en la Facultad, (Arias de Greiff (1987))

Sin duda esta escuela de corte francés privilegió un tipo de formación con cierto énfasis en las matemáticas, una orientación que los primeros ingenieros conocieron desde los años en que Lino de Pombo dictaba clases en el Colegio Militar. La concentración de los cursos de matemáticas en los primeros años de la carrera procuraba dar inicialmente los fundamentos teóricos y científicos de la profesión. De manera análoga a como se había organizado la Escuela de Ciencias Naturales, Miguel Triana y Manuel Antonio Rueda sustentaron la necesidad de diferenciar los niveles y lograron separarlos, de modo que al cursar los dos primeros años se otorgaba el título de profesor de matemáticas y al culminar los tres siguientes, el de ingeniero civil. Así, a partir de 1888 la Facultad de Matemáticas e Ingeniería estaba compuesta por la Escuela de Matemáticas, que tenía a su cargo los primeros nueve cursos que incluían uno de topografía y uno de mecánica; y la Escuela de Ingeniería donde se dictaban 13 materias. (Rueda, 1982).


La Escuela de Ingeniería de la Universidad de Antioquia funcionó durante un breve
período a partir de 1874; se dictaron siete cursos de matemáticas, uno de mecánica y otro de teneduría de libros. La ingeniería quedó a cargo de la Escuela Nacional de Minas (1887) fundada en Medellín, inicial-mente con el fin de preparar los técnicos que requería la industria minera antioqueña. Orientada por Pedro Nel y Tulio Ospina, formados en la Universidad de Berkeley, la Escuela de Minas se diversificó para cubrir las demandas de formación de ingenieros civiles; ya en 1893 el programa estaba conformado por 27 materias distribuidas en cinco años.

Los cursos de matemáticas, similares en número al de Bogotá, estaban distribuidos a lo largo del programa, de modo que su inclusión, siempre controvertida, se justificaba como fundamento para las materias prácticas correspondientes. En la Facultad de Bogotá las materias de ingeniería civil abarcaban 11 cursos, en Medellín cinco; en ésta se contabilizaban 11 asignaturas de ingeniería de minas, sólo tres en Bogotá. Una institución equivalente a la Escuela de Minas de Medellín funcionó en la capital con el nombre de Instituto Técnico Central, bajo la dirección de los hermanos cristianos, donde se formaron ingenieros especializados en mecánica, electricidad y textiles, reclutados entre las clases altas bogotanas.

En este importante recorrido que hemos hecho, por aspectos importantes sobre cómo se hace investigación y ciencia en nuestro país, vamos encontrando el nombre del Ingeniero Miguel Triana, y a partir de estos hechos iremos construyendo su historia y entendiendo como ha influido la ingeniería en el desarrollo político, económico y social del país.