EDUCACIÓN, AFECTIVIDAD
Y DESARROLLO MORAL
José Manuel
Castelblanco Arenas
Hoy es
importante recapacitar sobre cuál debe ser la misión fundamental del
profesional de la educación, fundamentado en el amor por su profesión y el
compromiso social con los educandos y la sociedad.
Hoy, en tiempos
de crisis del Estado, de la pedagogía, de la familia, de globalización de la
economía y del fuerte impacto de las nuevas tecnologías de la información y las
comunicaciones, la educación debe redimensionar su importancia político-social.
En este contexto, la dupla, escuela-comunidad se constituye en eje del debate.
Esta relevancia se deriva no sólo de los desafíos didácticos vinculados a la
comprensión de procesos sociales de gran complejidad, sino a la pérdida de la
capacidad socializadora de la escuela y la necesidad de redefinir sus
contenidos adecuándolos a la existencia de nuevos lazos y demandas sociales, lo
cual se convierte en una cuestión socio-política que debe ser resuelta por el
conjunto de los actores sociales, fundamentado en los valores morales de
libertad, igualdad, honestidad, solidaridad, y justicia.
¿Qué
referentes éticos pueden guiar la discusión y el abordaje de una problemática
de tal complejidad?
Tal vez la
respuesta la encontremos en los orígenes mismos del sistema educativo, el cual
respondió en el momento de su creación a los requerimientos políticos de
construcción de la democracia y de los Estados. “Este sistema, especialmente en
su base, sería responsable de difundir contenidos, valores y normas de conducta
destinados a crear vínculos sociales basados en el respeto a las leyes y la
lealtad a la nación, por encima de las pertenencias culturales o religiosas
particulares” (Tedesco, 1996), factores modeladores externos.
Es desde lo
que el modulo denomina interdependencia
individuo sociedad y cultura y hacia la
democracia, que debería apuntar la transformación del sistema educativo.
Ubicados en ese contexto, tres aspectos que establecen las condiciones de
construcción de la ciudadanía y las posibilidades de articulación
familia-escuela-comunidad: la escuela como espacio de constitución del sujeto
individual y colectivo, la escuela como centro de producción colectiva de
conocimiento y la escuela como espacio de participación comunitaria.
La escuela
como espacio de constitución del sujeto individual y colectivo.
El concepto
de ciudadanía está relacionado desde su génesis con el derecho de inserción de
los individuos en instancias decisivas de su sociedad. En ese sentido la ciudadanía,
al mismo tiempo que limita los poderes del Estado también universaliza e iguala
la singularidad de los sujetos, facilitando la regulación social. Sin embargo,
es necesario concebir la ciudadanía mas allá de la concepción jurídica del
término, la cual la restringe a la cuestión de los derechos y deberes. Es
decir, se trata de extender la ciudadanía a otras dimensiones de la actuación
del sujeto en su entorno social y no sólo aquellas que tengan que ver con una
relación inmediata con los mecanismos burocráticos del Estado. Esto plantea dos
interrogantes. ¿Cómo generar las condiciones para que las personas se
constituyan afectiva y efectivamente en
ciudadanos y puedan ejercer plenamente esa condición? ¿Cuál es el rol de la
educación en ese proceso?
Podría
pensarse que el acceso a la escolarización constituiría, en principio la
aspirada ciudadanía. Sin embargo, podemos preguntarnos qué porcentaje de la
población infantil accede a la escuela básica y si la permanencia de los niños
en las escuelas cumple efectivamente ese papel. Freire (1994) apuntaba que
aprender a leer y escribir no basta para el ejercicio pleno de la ciudadanía,
ni tampoco el acceso a la educación remite necesariamente a la formación de
ciudadanos.
Esta
relación entre ciudadanía y educación requiere revisar el modelo pedagógico
tradicional que no favorece la participación y en ocasiones constituye un
obstáculo al acceso del ciudadano a su plena madurez y al ejercicio de sus
libertades. Igualmente, algunas prácticas educativas producen una fragmentación
de la identidad del sujeto al negar sus referentes éticos, estéticos, físicos,
étnicos y simbólicos. Lo cual supone una significativa ruptura ética.
En este
sentido, algunos autores (Nuernberg, A y Zanella, A, 1998), reivindican la función
que tiene la escuela de educar al ciudadano en su condición de sujeto. Ello
implica un diseño curricular que permita reflexionar sobre problemáticas del
contexto socio-político y económico en el cual se inserta la escuela y
privilegiar la participación a través de prácticas que superen los mecanismos
autoritarios de la relación con los educandos, superando el patrón de
relaciones basadas en la dicotomía sumisión/dominación. Es decir, la ciudadanía
debe ser vivenciada en el salón de clase, como experiencia del ejercicio de
derechos y deberes institucionalizados en donde se pueda ver cómo fueron
transformadas las condiciones en que se afirma la ética tradicional del dominio
del sí, elementos fundamentales en la promoción de la ciudadanía en el contexto
de la escolarización formal.
En este
sentido, la ciudadanía se constituye en un problema de orden filosófico para
toda práctica educativa. Esto implica el reconocimiento de los significados del
trabajo pedagógico y la posibilidad de transformar la escuela y el aula de
clase en espacios de constitución de los sujetos, a través de las relaciones
sociales y de la apropiación de significados producidos en ese contexto. La
promoción de ciudadanía pasa por el establecimiento de relaciones democráticas
en el proceso de enseñanza-aprendizaje, constituyéndose educador y educando en
sujetos activos del proceso. Así, los alumnos se apropian de la ciudadanía como
práctica social e histórica.
En suma, la
educación para la ciudadanía contempla desde el abordaje de los contenidos y la
formación ética, hasta las formas de relación en el espacio pedagógico y las
significaciones sociales asociadas a esta práctica.
La escuela
como centro de producción colectiva de conocimiento
Es este
precisamente uno de los más grandes desafíos de la educación en la sociedad
actual, pues sabemos que el sistema escolar se ha aislado significativamente
del ámbito socio-cultural. Frente al dinamismo del cambio social la escuela ha
mantenido una estructura rígida y estática. Asímismo, la capacidad
socializadora de la familia y la escuela ha sido cubierta por nuevos agentes de
socialización, especialmente la comunicación más mediática.
La escuela,
por lo tanto, debe repensarse en el nuevo contexto socio-cultural y político.
El rol de la escuela y su capacidad socializadora debe ser redefinido a la luz
de una visión que conciba el proceso educativo en términos integrales, en
sociedades cada vez más globalizadas y menos equitativas. Un rol que estimule
el desarrollo de un ser humano capaz de comprender y transformar su realidad.
Ello nos remite al carácter problematizador de la educación, en el sentido
“freiriano” del término. La escuela influye directamente sobre estudiantes,
familia y comunidad.
En este
proceso de cambio, la escuela aparece como un centro generador de información y
conocimiento sobre su comunidad y ésta se constituye en un ámbito de
investigación-intervención para la escuela, lo cual enriquece su proyecto
pedagógico. Mantener proyectos y actividades de investigación en la comunidad
es para la escuela relativamente más sencillo que para cualquier otro agente,
debido a su inserción natural en ella, su conexión con la familia y su recurso
profesional y humano. De esta forma, la escuela puede compartir esta
información con instituciones que intenten desarrollar programas o
intervenciones comunitarias, facilitando el proceso de desarrollo de la
comunidad y desarrollando alianzas con otras instituciones, tanto públicas como
privadas, a los efectos de incorporar servicios, programas y recursos que
atiendan diferentes necesidades detectadas en la comunidad, lo cual incidirá
positivamente en su proyecto pedagógico. La institución escolar se define así
como un espacio de redefinición de lo público y de resignificación de lo
político (D’Erasmo, 2000).
La escuela
como espacio de participación comunitaria
El trabajo
comunitario, sobre todo en los contextos de comunidades populares, suele
desarrollarse a partir de grupos organizados dentro de estos mismos contextos.
Son estos grupos quienes desarrollan el trabajo, intentando radiar su acción
hacia el resto de la comunidad. Esta acción enfrenta entre sus dificultades, el
agotamiento de los grupos a lo largo del proceso, la escasa participación
comunitaria, así como la imposibilidad de acceder a toda la comunidad. De allí
que las propuestas de autogestión, concientización y problematización,
principios del trabajo comunitario, se dificulten. La posibilidad de impacto y
evolución de este trabajo pasa por reconocer un espacio natural como lo es la escuela,
la cual ha estado o se ha colocado al margen de estos procesos.
Es obvia la
necesidad de participación de la comunidad en el ámbito educativo.
Participación que no se define únicamente a través de la administración de los
recursos financieros y humanos de la escuela, de la autogestión a nivel local o
la representación en los comités escolares u otra instancia, sino también por
el diseño de proyectos educativos comunes en donde interrelacionen diferentes
disciplinas, para comprender la construcción de la autoestima, la empatía y la Identidad,
junto con las implicaciones normativas, jurídicas, políticas y sociales, para
entender, aplicar y formar en el mundo de los valores
Adicionalmente,
existen dos dimensiones: espacial y simbólica que fortalecen esta articulación
escuela-comunidad. En la primera reconocemos tanto los espacios del aula y la
escuela en general, como aquellos de la comunidad que se constituyen en “sitios
de encuentro” como: la plaza, escalera, muros, calles, parques, bodega, parada,
cancha, etc, con una carga de significados e historia colectiva. Espacios donde
se satisfacen “las necesidades de comunicación y sociabilidad que culmina con
una proximidad corpórea, permitiéndose la participación como “encuentro de
intereses” (Fadda, G, 1990:218) y construcción de sentidos compartidos.
Esta noción
de sentidos compartidos adquiere especial importancia en los actuales momentos,
pues el debilitamiento de identidades sociales y personales, la pérdida de
ideales y de visiones de futuro deja a los grupos sociales sin punto de
referencia. Tanto la escuela como la comunidad son lugares de convivencia, con
intereses comunes en un espacio y tiempo determinado, con diferentes niveles de
organización y de cohesión social, pero además ellas pueden compartir un
sentido de comunidad, entendido como el sentimiento que tienen los miembros de
ambos sectores acerca de su pertenencia e identidad con éstos, del compromiso
de estar juntos y de la posibilidad de proyectarse en metas comunes.
lo anterior no permite hacernos las siguientes pereguntas:
.- ¿Qué
elementos a valores se deben emplear en la recomposición del concepto de
familia como articuladora de la sociedad?
.- ¿cuál es
el compromiso ético de los docentes en la formación de ciudadanos fundamentados en valores?
.- ¿Qué
significa ser un ser social fundamentado en la ética?
.-. ¿Qué
acciones se podrían emprender para que la labor docente en
el sector publico se entienda como un orgasmo social?.
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